Montevideo - 25-11-2012
Argentina, país contagioso - Carlos Maggi
Recuerdo el agua de Malvín hacia los años treinta; no era azul como se ve el Mediterráneo; era verde y transparente.
Ese color chocolate, marronoso y turbio, pestilente, no es el Río de la Plata, está teñido de porquería. Bajan toneladas de tierra arrancada por la erosión de los campos mal labrados en la Mesopotamia argentina y se infecta el ancho cauce con la polución monstruosa del Riachuelo.
Así, las playas de Montevideo, que siempre fueron de arena pura y agua dulce o salada, pero cristalina, se bastardean.
Los argentinos fraternos sostuvieron durante mucho tiempo, que al Uruguay cuando la independencia, le tocó una costa seca.
Tal vez por eso denigraron el estuario, como si fuera propio.
Tal vez por eso, nunca nadie de este lado, tuvo el mal gusto de protestar, por el embarre argentino.
No digo que todo cuanto viene de Buenos Aires sea desastroso, enumero desgracias reales para precavernos.
El gobierno argentino distribuye pesares, errores y maleficios y empieza por su casa; y no es por maldad; es por grosería, ven lo burdo como si fuera viveza criolla.
En el año 2001, Uruguay era un país libre de aftosa sin vacunación, y la caída de ese título, fue provocada desde el otro lado del río Uruguay, no por la enfermedad de sus vacas (que existía) sino por la ocultación de ese hecho, crimen a cargo de las autoridades sanitarias del país hermano.
El 9 de agosto del 2000 el Servicio de Sanidad de la República Argentina admitió públicamente un hecho que conocía y había escondido: hizo saber que aplicaría el rifle sanitario a unos 3.000 vacunos "que habían estado en contacto con bovinos ingresados ilegalmente desde Paraguay con serología positiva". Paraguay negó de plano tales acusaciones.
Quiero ser justo. No está en mi modo, espulgar conjuras. Prefiero pensar que las autoridades argentinas procedieron de buena fe; obedecieron, eso si, al estilo de Perón, prefirieron suprimir las malas noticias; es un estilo que se mantiene.
Pueden crear un instituto, el "Indec" para dar a conocer los indicadores de su economía; y los divulgan procurando que la realidad se parezca a lo inventado.
Los porcentajes oficiales se publican como si fueran Mirtha Legrand o Susana Giménez, fajados, revocados y pulidos, empaquetados para gustar. (?)
Tres años después de fusilar nuestras vacas malatas, se supo que a resultas de un plan forestal exitoso (una política de Estado mantenida) entrarían al Uruguay, inversiones por unos 3.000 millones de dólares. Una cifra nunca aplicada de golpe, a nuestra economía. Ence, Botnia y Stora Enso se proponían montar sendas fábricas de celulosa.
Los ecologistas, una minoría especializada en oponerse, se hizo oír en ambas orillas del río y en todo el vasto mundo; y en Gualeguaychú organizaron una manifestación, digna de mejor causa, 70.000 personas.
La multitud más grande reunida en Sudamérica, para defender el medio ambiente.
Los entendidos mostraban como consecuencia de la contaminación celulósica, bebés con dos cabezas y otras menudencias.
El grado de ignorancia de esa pueblada era extenso, pero profundo.
Kirchner le pidió al Banco Mundial que no financiara a nuestros inversores, que llegaban para establecer factorías en el Uruguay.
Busti, gobernador de Entre Ríos, hizo saber que pediría indemnización por el daño ya recibido. (!) Cada vez que K o el embusti local necesitaron mover a los analfas, se agitó el fantasma y el puente internacional fue cortado.
Durante muchos años pues, nos dividimos el trabajo en partes iguales: los argentinos protestaban y los uruguayos construían la mejor fábrica de celulosa del mundo.
Cuando la fábrica empezó a producir, todos supimos que no había contaminación del lado uruguayo, pero que había contaminación proveniente de Gualeguaychú.
Por consiguiente el trabajo volvió a repartirse; aquí se fabrica celulosa y se construye una segunda fábrica más grande que la anterior, y el gobierno argentino tapa lo que no debe verse; se dedica a impedir que se sepa quien contamina.
Todos sabemos que el peor contagio es la TV importada de Buenos Aires, fastuosa y merzuna. "La televisión que tú querés" propicia el círculo vicioso: ¿Querés chanta? Te doy chanta; y si el efecto chanta se te gasta por el uso y querés más chanta, más chanta te doy, hasta dejarte completamente enchantado.
Soportamos pues, al presidente Menem, hombre chantísimo. Y fue después de Menem que el presidente Kirchner, por montonero, explicó: - "Yo no llegué a este sillón para reprimir. El que piensa que estoy dispuesto a hacerlo se equivoca."
Fue un modo suave de invitar: Hagan lo que quieran, el código penal, no existe. ¡A ustedes! -como se dice en esgrima; y cada uno, debe defenderse como pueda.
Abel Posse, escritor argentino, ganador del Premio R. Gallegos, autor de La pasión según Eva, dijo en un reportaje de "El País" de Madrid:
-Hay que distinguir entre la tolerancia y la imbecilidad.
Somos un país muy enfermo, que perdió el sentido de respeto a la autoridad, al Estado, a
las jerarquías.
La situación argentina está en el borde de la anarquía.
En Argentina estamos viviendo un cuadro de terror creado por la permisividad insensata
y, sobre todo, por la ausencia del Estado en el mantenimiento del orden público, que es
la obligación constitucional básica."
De los sucesos acaecidos durante una reunión internacional en Mar de Plata, vinieron los vidrios rotos aquí, en la Ciudad Vieja.
De la filosofía contemplativa del señor K., todo comprensivo, vino la demora de nuestra policía, que tardó demás, en moverse. El Ministro del Interior, un hombre bueno, estuvo un buen rato embelesado; pensaba: "Yo no llegué a este sillón para reprimir" -hasta que alguien lo despertó en el teléfono: ¡¿Qué estamos haciendo?!
Para ese tiempo, nuestros buenos muchachos travestidos de porteños encapuchados, ya habían ido de la Plaza Matriz hasta la Bolsa de Valores, ida y vuelta, ejerciendo la percusión.
Parecería que rompían lo más posible, pero que son buena gente... Parecería, … vista la pachorra del Ministro.
Es otro contagio, dejar hacer el mal, no intervenir. A tal grado, que "el yo no vine para reprimir", deja a los menores asesinos en libertad de acción.
Niños ¡Mis niños! El setenta por ciento de la población se agarra de un clavo ardiendo; está dispuesto a poner en la Constitución la obligación de detener a los chiquilines que matan. Como si las leyes vigentes mandaran ser cariñosos con los asesinos.
La cursilería porteña es el contagio peor, entre los muchos que padecemos.
Junté información para esta nota, repasé la sarta de poluciones malignas que soplan desde el otro lado del río y me quedé pensando en el modo de proceder de una sociedad con miedo.
En la próxima elección, ¿los uruguayos votarán con la esperanza de encumbrar a un gobernante fuerte, un Giuliani para que haga una limpieza?
Sería muy triste comprobar que se vota en primer término para satisfacer de manera animal, al instinto de conservación y no, por miras elevadas.
Pero así funciona la naturaleza humana: apegada al pellejo, desde la noche de los tiempos.
-"Nadie me pidió libertad, todos me pidieron seguridad" -se excusó Mussolini.