BIENVENIDOS A MI BLOG !!!

"Líneas y Entre Líneas"...

... los invita a disfrutar , con otra mirada y con sus opiniones personales, de los encuentros y desencuentros en los distintos roles que hoy nos tocan vivir en la sociedad.

En este espacio, "La Educación" será el centro en torno al cual giren los distintos temas. A veces delirantes, otras veces reales, mutando de una expresión dura a una actitud tierna.

Así serán las interesantes propuestas y sugerencias hacia un mismo objetivo : "Convivir en Sociedad"


lunes, 2 de julio de 2018

Benito Mussolini

Benito Mussolini

(Dovia di Predappio, Italia, 1883 - Giulino de Mezzegra, id., 1945) Líder político italiano que instauró el régimen fascista en Italia (1922-1943).

Benito Mussolini
Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis de las democracias liberales, agravada por el crac económico de 1929, favoreció un fenómeno que caracterizaría a la Europa de entreguerras: el auge de los totalitarismos. Su primera manifestación fue el fascismo, denominación que procede de los fasci di combattimento creados en 1919 por Benito Mussolini, quien se hizo con el poder en 1922 e impuso una dictadura de partido único. El régimen fascista italiano se convertiría en el principal aliado de Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y corrió su misma suerte tras la derrota.
Biografía
Hijo de una familia humilde (su padre era herrero y su madre maestra de escuela), Benito Mussolini cursó estudios de magisterio, a cuyo término fue profesor durante períodos nunca demasiado largos, pues combinaba la actividad docente con continuos viajes. Pronto tuvo problemas con las autoridades: fue expulsado de Suiza y Austria, donde había iniciado contactos con sectores próximos al movimiento irredentista.
En su primera afiliación política, sin embargo, Mussolini se acercó al Partido Socialista Italiano, atraído por su ala más radical. Del socialismo, más que sus postulados reformadores, le sedujo la vertiente revolucionaria. En 1910 fue nombrado secretario de la federación provincial de Forlì y poco después se convirtió en editor del semanario La Lotta di Classe (La lucha de clases). La victoria del ala radical sobre la reformista en el congreso socialista de Reggio nell'Emilia, celebrado en 1912, le proporcionó mayor protagonismo en el seno de la formación política, que aprovechó para hacerse cargo del periódico milanés Avanti, órgano oficial del partido. Aun así, sus opiniones acerca de los enfrentamientos armados de la «semana roja» de 1914 motivaron cierta inquietud entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo.
La división entre Mussolini y los socialistas se acrecentó con la proclama de neutralidad que lanzó el partido contra la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Mussolini, que había sido uno de los opositores más radicales a la guerra de Libia y a la participación de Italia en la Gran Guerra, cambió súbitamente de opinión y defendió abiertamente una postura belicista, lo que le valió la expulsión del Partido Socialista. En noviembre del mismo año fundó el periódico Il Popolo d'Italia, de tendencia ultranacionalista. Sobre la vacilaciones del parlamento italiano respecto a la entrada en la guerra, llegó a escribir que "hubiera sido necesario fusilar a una media docena de diputados" para dar un ejemplo "saludable" a los demás. En septiembre de 1915 se enroló voluntariamente, y sirvió en el ejército hasta que fue herido en combate en febrero de 1917.
Los fasci di combattimento y la Marcha sobre Roma
Finalizada la contienda, y pese a formar parte de la alianza vencedora, Italia se vio relegada a la irrelevancia en las negociaciones de los tratados de paz, que no otorgaron al país los territorios reclamados al Imperio austrohúngaro. Benito Mussolini quiso capitalizar el sentimiento de insatisfacción que se apoderó de la sociedad italiana haciendo un llamamiento a la lucha contra los partidos de izquierdas, a los que señaló como culpables de tal descalabro. En 1919 creó los fasci di combattimento, escuadras o grupos armados de agitación que actuaban casi con total impunidad contra militantes de izquierda y que fueron el germen del futuro Partido Nacional Fascista, fundado por el mismo Mussolini en noviembre de 1921.
En un contexto marcado por la frustración colectiva tras los inútiles sacrificios de la Gran Guerra, por el descrédito general del régimen parlamentario, por la crisis económica y la elevada conflictividad social (el creciente desarrollo del movimiento obrero y campesino, con ocupaciones de fábricas y tierras, inquietaba a las clases acomodadas, temerosas de la revolución social), los fascistas alzaron la voz contra la democracia y la lucha de clases, que a su juicio debilitaban y dividían a la nación. Opuestos frontalmente al liberalismo y al marxismo, propugnaron la solidaridad nacional y la acción colectiva en torno a la figura de un líder carismático, y se presentaron como defensores de los valores de la patria, la ley y el orden, enfrentándose violentamente a la izquierda italiana.

Mussolini en la Marcha sobre Roma (1922)
Mussolini consiguió ganarse el favor de los grandes propietarios y salir elegido diputado en las elecciones de mayo de 1921, si bien su partido obtuvo tan sólo treinta y cinco de los quinientos escaños que conformaban la cámara. La impotencia del gobierno para reconducir la situación en que se encontraba el país y la disolución del Parlamento allanaron el camino para la denominada Marcha sobre Roma, iniciada el 22 de octubre de 1922. El 28 de octubre de 1922, en una acción coordinada, cuarenta mil fascistas confluyeron sobre la capital desde diferentes puntos de Italia. El primer ministro, Luigi Facta, declaró el estadio de sitio para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre la capital, y ante la negativa del rey Víctor Manuel III a firmar el decreto, presentó la dimisión.
El 29 de octubre, presionado por los acontecimientos, el rey hubo de firmar el nombramiento de Benito Mussolini como primer ministro. El líder fascista, que desde hacía algún tiempo había renunciado a su feroz republicanismo, reconociendo el papel de la monarquía, formó un gobierno de coalición el 30 de octubre, el mismo día en que los camisas negras, como eran llamados los fascistas por el color de su uniforme, hacían su entrada triunfal en Roma. Amparándose en una calculada imagen de moderación, Mussolini consiguió el apoyo parlamentario de una débil cámara que el 25 de noviembre le otorgó, de forma provisional, poderes de emergencia con el objeto de restaurar el orden, obteniendo a cambio el fingido compromiso de Mussolini de respetar el sistema parlamentario.
Mussolini en el poder
El fascismo había llegado al poder con el apoyo de los ambientes conservadores, principalmente del latifundismo agrícola, y se reforzó gracias a su capacidad de presentarse como el núcleo central de un bloque de orden conservador, capaz de defender a la burguesía nacional de los peligros democráticos representados, sobre todo, por los socialistas, con su facción comunista. Con la reunión, por primera vez en diciembre de 1922, del Gran Consejo Fascista, se inició el fortalecimiento del partido, que pronto dejaría atrás su extremo anticlericalismo con gestos de acercamiento hacia el catolicismo y la Santa Sede, al mismo tiempo que aumentaba la represión política.
El nuevo gobierno encontró en los "escuadristas" (las Milicias Voluntarias para la Seguridad Nacional) una fuerza que impuso por la violencia y el terrorismo sus posiciones en la campaña para las elecciones de abril de 1924, en las que el Partido Nacional Fascista obtuvo el 69 por ciento de los votos emitidos. A partir de ese momento, la violencia política fue en aumento, y gradualmente (aunque con mayor ímpetu tras el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti en 1924) Benito Mussolini se erigió como único poder, aniquiló cualquier forma de oposición y acabó por transformar su gobierno en un régimen dictatorial; tras ser ilegalizadas en 1925 todas las fuerzas políticas a excepción del Partido Nacional Fascista, el proceso de fascistización del Estado culminó con las leyes de Defensa de noviembre de 1926.
A falta de una ideología coherente, el fascismo desarrolló una retórica que insistía en una serie de motivos: el nacionalismo y el culto al poder, a la jerarquía y a la personalidad del Duce ('Líder' o 'Jefe', título adoptado por Mussolini en 1924); el militarismo y el expansionismo colonialista (con más de un siglo de retraso); la xenofobia y la exaltación de un pasado glorioso remontado al Imperio romano y a la romanidad como idea civilizadora.

El Duce en actos propagandísticos 
(Milán, 1930, y Roma, 1936, tras la conquista de Abisinia)
Suprimidos el derecho de huelga y los sindicatos y patronales, patronos y obreros hubieron de incorporarse a las organizaciones corporativas creadas por el gobierno. El régimen impuso una estructura social de corporaciones que anulaba los derechos individuales y que otorgaba al Estado todo el control; trabajo, vida económica y ocio estaban regulados por el gobierno, a lo que se unía la paramilitarización de la sociedad, los actos propagandísticos de masas, el control de los medios de comunicación y la educación de los niños bajo un credo fascista. Pero tampoco en el tejido productivo se dieron cambios de fondo; el poder económico se mantuvo en manos de quienes ya lo poseían antes de la Primera Guerra Mundial, y el corporativismo quedó reducido a una ideología de fachada.
Apoyado por un amplio sector de la población y con la baza a su favor de aquel eficaz aparato propagandístico, el régimen fascista realizó fuertes inversiones en infraestructuras. Pero en líneas generales el fascismo, matizado en lo económico por un fuerte intervencionismo estatal y una tendencia a la autarquía que se acentuó tras el crac del 29, fue incapaz de proporcionar a lo largo de las décadas de 1920 y 1930 el pretendido y proclamado progreso material, en aras del cual demandaba a los italianos el sacrifico de la libertad individual.
Sí supo, en cambio, sustituirlo por una generalizada euforia psicológica, en la que el pueblo italiano se vio imbuido por la convicción de que su país experimentaba un nuevo resurgir nacional. En apoyo de tal sentimiento, y tratando de aportar triunfos sensacionales en política exterior con los que magnetizar a los italianos, Benito Mussolini recuperó viejos proyectos expansionistas, como la conquista de Abisinia (1935-1936) y la anexión de Albania (1939). Abisinia (la actual Etiopía) era considerada por el Duce como una zona natural de expansión y nexo lógico entre las colonias italianas de Eritrea y Somalia; la pasividad de Francia e Inglaterra ante la invasión creó un mal precedente.
La Segunda Guerra Mundial
Tras la llegada al poder de Adolf Hitler en Alemania, Mussolini fue acercándose al nazismo; de hecho, el dirigente nazi se había inspirado en sus ideas, y ambos líderes se admiraban mutuamente. Tras un primer tratado de amistad en 1936, la alianza entre Roma y Berlín quedó firmemente establecida en el Pacto de Acero (1939). Hitler y Mussolini brindaron abiertamente apoyo militar al general Francisco Franco en la Guerra Civil Española (1936-1939), preludio de la conflagración mundial. La agresiva política expansionista de Hitler provocó finalmente la reacción de franceses y británicos, que declararon la guerra a Alemania tras la ocupación de Polonia.

Mussolini y Hitler (Múnich, 1940)
Estallaba así la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y tras las primeras victorias alemanas, que juzgó definitivas, Mussolini validó su pacto con Hitler y declaró la guerra a los aliados (junio de 1940). Sin embargo, el fracaso del poco preparado ejército italiano en Grecia, Libia y África oriental, así como el posterior avance de las tropas aliadas (que el 10 de julio de 1943 habían iniciado un imparable desembarco en la isla de Sicilia, con el propósito de invadir Italia), llevaron al Gran Consejo Fascista a destituir a Mussolini (25 de julio de 1943). Al día siguiente Víctor Manuel III ordenó su detención y encarcelamiento. Dos meses después el nuevo primer ministro, Pietro Badoglio, firmaba un armisticio con los aliados.
Liberado por paracaidistas alemanes (12 de septiembre de 1943), todavía creó Mussolini una república fascista en los territorios controlados por Alemania en el norte de Italia (la República de Salò, así llamada por la ciudad en que el gobierno tenía su sede). En los juicios de Verona, Mussolini hizo condenar y ejecutar a aquellos miembros del Gran Consejo Fascista que habían promovido su destitución, entre ellos su propio yerno, Galeazzo Ciano. El avance final de los aliados le obligó a emprender la huida hacia Suiza; intentó cruzar la frontera disfrazado de oficial alemán, pero fue descubierto en Dongo por miembros de la Resistencia (27 de abril de 1945), y al día siguiente fue fusilado con su compañera Clara Petacci; sus cadáveres fueron expuestos para escarnio público en la plaza Loreto de Milán.

Con el aborto, dejemos la mentira


21 de junio de 2018  
No voy a decir que quienes están a favor de la despenalización del aborto mienten y que los que están en contra navegan sobre la coherencia. Voy a decir que existe la posibilidad de darnos cuenta de que no podemos construir sobre lo falso, pero podemos construir sobre las verdades que existen detrás de los ocultamientos que nos arrojamos unos contra otros. ¡Podemos construir algo superador sobre lo valioso de cada uno!
Como sociedad podemos hacernos cargo de la angustia de las mujeres que sienten que una maternidad inesperada puede quitarles su vida, y también de proteger lo más posible la vida de los chicos por nacer. No perdamos la oportunidad.

ADEMÁS

¿No es raro un país en el que un diputado afirme durante el debate sobre el aborto que quiere terminar con la aplicación de cárcel a las mujeres que se lo hagan, cuando en la realidad él y todos los demás saben que no se aplica prisión absolutamente a ninguna mujer por ese delito? ¿No es más raro todavía que los antiabortistas estemos desesperados por mantener en el Código Penal unas penas que sabemos que no se aplican y, lo que es más extraño, que ni siquiera queremos que se apliquen en la realidad? Queridos conciudadanos, debemos preguntarnos qué nos pasa. Y luego de preguntarnos qué nos pasa debemos pensar qué es lo que queremos como código de convivencia en paz. No puede ser que para interactuar los argentinos optemos en forma permanente por comunicarnos con el código de la mentira.
Siempre habrá gente en los extremos, pero la enorme mayoría del centro del sistema democrático debe preguntarse qué valores quiere proteger para poder convivir en paz y para que se asiente sobre ellos la sociedad de nuestros hijos y nietos. Podemos tener creatividad y dar un ejemplo a otros países, en lugar de hacer seguidismo apocado de lo que otros hicieron, solo por pensar que lo extranjero es mejor.
Por lo que oí en el debate en la Cámara de Diputados, hay una mayoría muy marcada que cree que no hay que poner en una cárcel a una mujer que aborta. Casi todos queremos que no pase lo que de todos modos sabemos que no pasa. Nunca pasa. No hay ningún caso de una mujer presa por eso. Muy bien. ¿Por qué no lo decimos así? Hay una respuesta, por cierto: porque queremos proteger el valor de la vida del niño por nacer y en consecuencia no creemos que pueda eliminarse ese valor vida del código de convivencia por excelencia, que es el Código Penal. ¿No podemos buscar alguna intersección, algún punto de contacto entre ambas cosas, entre lo que queremos y lo que es?
Sospecho que debe de haber, además, otra mayoría: la de aquellos que pensamos que una cosa es que el Estado no meta presa a una mujer y otra cosa diferente es que el Estado, que es una entidad moral creada para resguardar los derechos de cada persona, se dedique a hacer abortos por sí mismo. Hay una diferencia entre descriminalizar y legalizar. Si esto le cabe en la cabeza a una mayoría, ¿por qué no somos capaces de escribirlo como norma? Es posible decir: "No habrá cárcel para las mujeres que aborten, pero el Estado no hará abortos". El propio proyecto votado ajustadamente por Diputados, que en los discursos parecía que eliminaba la cárcel y los abortos clandestinos, mantiene ambas cosas para los casos de embarazos de más de 14 semanas, en una nueva falsedad luego atenuada por otros ocultamientos o falsedades. ¿Por qué no probamos con la verdad? ¿Por qué no mantenemos en nuestro código de convivencia la defensa de la vida como valor esencial, en razón de que no se puede convivir si no se vive, pero dejando en claro y por escrito lo que casi todos queremos, que es que no habrá cárcel para los casos más leves?
¿Y si a lo anterior le agregamos una protección efectiva del Estado para las mujeres con embarazos no deseados, en la que el Estado las acompañe y se haga cargo efectivamente de vivienda, educación, atención médica y psicológica, permita la adopción del niño por nacer y la facilite? En ese caso, habríamos logrado unir la verdad con la solidaridad social y evitado miles de abortos potenciales y ayudado a miles de madres y formado miles de mejores familias.
Yo les pido por favor a mis colegas senadores que no nos embanderemos en bandos (valga la redundancia), que no hagamos política cabalgando sobre frases hechas y tonteras políticamente correctas, medias verdades, medias mentiras, mentiras enteras. Estamos para más. Podemos estar para más. ¿Podremos demostrarlo? Miles de chicos y de mujeres y de padres nos lo agradecerían eternamente.
Presidente provisional del Senado de la Nación
Por: Federico Pinedo

El Conde de Montecristo - novela y película

La novela empieza con Edmundo Dantès volviendo a Marsella, donde se encuentra con su familia y sus amigos. Dantès está a punto de recibir una promoción a capitán, y también a punto de casarse con una bella catalana, Mercédès [sic, en francés] Herrera.
Sin embargo, el inocente Dantès no se da cuenta de cómo su fortuna afecta a los que él considera sus amigos. Danglars, el jefe de cargamento que envidia la promoción de Edmond, y Fernando, el primo de Mercédès que ama a esta, pretenden acusar a Edmond como agente bonapartista. Dantés, siguiendo la última voluntad del capitán del barco, que muere en el viaje de vuelta a Marsella, hace una parada en la isla de Elba donde se encontraba preso Napoleón. Este le da una carta dirigida a un hombre en París del cual sólo le dice el nombre, Noirtier. Al llegar a la ciudad y presos de la envidia, Danglars y Fernando redactan una carta anónima acusando a Dantés de agente bonapartista, en presencia del vecino de Edmond. Dantés es arrestado el día de la boda y es llevado ante Villefort, el sustituto del procurador del rey. Villefort le informa de que ha sido denunciado como espía de Napoleón pero que dada la buena reputación de Edmond no cree en la veracidad de la denuncia, además, le entrega la carta que había recibido del emperador la cual contiene los horarios de los guardías que le vigilan. Villefort iba a dejar marchar al muchacho pero le pregunta por el destinatario de la carta, Noirtier, y al conocer este dato hace arrestar a Dantés en el castillo de If. Noirtier es el padre de Villefort y no puede permitir que se le involucre en un asunto de traición ayudando al emperador a regresar a Francia, denegando todas sus posibilidades de llegar a ser una persona importante en el país.
El castillo de If en la actualidad. Allí es encerrado el protagonista de la novela.
Durante el encarcelamiento, Dantès comienza a desesperarse. Empieza rezando a Diospor su liberación, pero sigue sufriendo año tras año, y al tiempo intenta suicidarse dejando de comer. Al fallar en su intento de suicidio, ataca a un guardia cuando va a dejarle comida, igualmente falla y lo consideran un loco y lo trasladan a un calabozo para prisioneros altamente peligrosos. De nuevo intenta llegar a la inanición pero cuando está a punto de morir, recupera la voluntad para vivir al escuchar el sonido que producía otro prisionero al cavar para conseguir escapar. Poco después se encuentra con el otro prisionero, el abate Faria (personaje inspirado por José Custódio de Faria), que en su intento de escapar, cavó en dirección equivocada y llegó a la celda de Edmond, con quien forma una muy buena amistad, y llega a considerarlo como su hijo. Faria se convierte en su instructor en varios temas, desde la historia, las matemáticas, el lenguajefilosofíaidiomasfísica y química, mientras ya juntos, cavan hacia otro lado de la celda, intentado escapar del castillo. Como resultado de sus conversaciones con Faria, Dantès empieza a juntar las piezas de la historia que lo condenó a su penuria actual. Faria le hace ver que la carta acusadora fue escrita con una mano izquierda (en un claro intento por modificar la caligrafía) y por un obvio rencor hacia él. Edmond y Faria trabajan durante largas horas en el túnel para escapar, pero el viejo y frágil Faria no sobrevive para verlo terminado. Queda paralítico a causa de un segundo derrame cerebral (el primero le dio cuando aún se encontraba en libertad), y muere en el tercer derrame. Viéndose moribundo, Faria le confía a Dantès el escondite de un gran tesoro en la isla de Montecristo que ascendía a lo que hoy serían aproximadamente 14 000 millones de dólares, él, sorprendido, al principio desconfía del abate por ser ese el tema que le ganó su apodo de «el abate loco» por los guardias. Al morir Faria, los guardias envuelven su cuerpo en una pesada manta, a Dantès se le ocurre ocupar el lugar del cadáver de Faria y llevar el verdadero cadáver a la otra celda. Los carceleros, en lugar de enterrar el cuerpo como él suponía, le atan una pesada bala y lo lanzan al mar por un barranco cercano.
Dantès escapa del sudario evitando las rocas y nada hasta una isla desierta donde pasa una noche tormentosa. Al día siguiente ve en el mar un barco naufragado, nada hacia los restos y ve otro barco que lo recoge, y Edmond se hace pasar por un náufrago a causa de la tormenta. Hace amistad con ellos, se rasura, cambia el nombre y se dedica durante un tiempo a ser contrabandista. Varias de las transacciones que hacían los contrabandistas eran en la isla de Montecristo, por ser ésta, una isla desierta, y sin ninguna atracción aparente; Edmond dedica varias horas y varios viajes, a conocer los alrededores de la isla, aún dudando de lo que su viejo amigo le dijera.
Un día, en la isla de Montecristo, sospechando donde está el tesoro, va a cazar una cabra para comer y finge caerse de las rocas, sus compañeros lo ayudan a moverse, pero él alega que está realmente lesionado, y que no se puede mover. Con la excusa de que podría retrasar la inminente expedición de los contrabandistas, les pide que se marchen y que vuelvan a por él seis días después, una vez terminado su trabajo. Una vez que Edmond pierde el barco de vista, se pone en pie y encuentra el tesoro.
Tiempo después, ocupando parte de la fortuna en hacerse un nombre, en investigaciones, y amasar más dinero, regresa a la ciudad de Marsella para retomar contacto con sus seres queridos, pero sólo halla desesperación. Toma distintas personalidades, desde un abate italiano a un banquero inglés, Edmond Dantès puede confirmar sus sospechas a través de Caderousse, (un antiguo vecino que fue cómplice de Danglars y Fernando), al que visita disfrazado de abate, fingiendo cumplir el último deseo de Edmond. De su antiguo vecino descubre que todos los que le traicionaron han triunfado en la vida; Fernando se ha convertido en un conde y par de Francia, Danglars en un barón y en el banquero más rico de París, y Villefort en la personificación de la justicia parisina como Procureur du Roi (Procurador del Rey, es decir el Fiscal del Reino o Fiscal General del Estado). Aún más, Fernando se ha casado con Mercédès y tienen un hijo, Alberto. Además, el viejo padre de Edmond murió antes de dos años, pues la única compañía que le quedaba, la de Mercédès, se va con la boda de ésta con Fernando, y acaba muriendo por una gastroenteritis, si bien se insinúa que es más por la pena.
Mientras tanto, los amigos de Edmond han sufrido en manos del destino. Al principio de la novela, Julien Morrel es el rico y amigable propietario de un negocio naval en alza. Pero durante el encarcelamiento de Edmond, Morrel sufrió una trágica serie de desventuras, entre ellas el hundimiento de su barco Faraón, y en el momento en el que Edmond regresa a Marsella no tienen nada más que a sus dos hijos, Julie y Maximilian, y unos cuantos criados leales. La compañía está al borde de la bancarrota, y Morrel piensa en suicidarse. Al descubrir esto, Dantès restituye anónimamente la fortuna de Morrel y un nuevo Faraón justo a tiempo, bajo el seudónimo de «Simbad el Marino».
Diez años después de su viaje a Marsella, Dantès empieza su búsqueda de venganza disfrazándose con el nombre de "Conde de Montecristo".
Manipula a Danglars para que le dé un "crédito ilimitado" de seis millones de francos, y manipula la bolsa para destruir la fortuna de Danglars, cobrando los seis millones sólo cuando Danglars está al borde de la bancarrota y forzándole a huir a Italia.
Montecristo tiene una esclava griegaHaydée, cuya familia y hogar en Janina fueron destruidos por Fernando, que traiciona a Alí, el padre de Haydée, entregándolo a sus enemigos y causándole la muerte y la de su madre, cuando acababa de venderlas a un comprador de esclavos. Montecristo compra a Haydée tiempo después, cuando ella tenía 13 años, 9 años después de aquel hecho que aún recordaba la joven mujer; con el tiempo, ambos se enamoran. Montecristo manipula a Danglars para que investigue el suceso, que es publicado en un periódico. Al conocerse este hecho, Albert de Morcef, descubre que quien dio esta informacion a Danglars, fue Montecristo y le reta a un duelo. Esa misma noche, Mercedes le hace una visita al conde de Montecristo y, esta, sabiendo desde el principio que el conde era Edmond, le suplica por la vida de su hijo. Despues de una larga conversacion y de mostrarle la carta con la que le tendieron la trampa, Mercesdes decide abandonar a su marido e irse con su hijo. Fernando, al verse descubierto de su traición, y solo sin su familia, se suicida de un tiro en la cabeza en su despacho.
La familia de Villefort está dividida. Valentine, la hija que tuvo con su primera esposa Renée, va a heredar toda la fortuna de la familia, pero su segunda esposa, Héloïse, pretende reclamar la fortuna para su hijo Édouard. Montecristo conoce las intenciones de Héloïse y, de forma aparentemente inocente, le proporciona una toxina capaz de curar a una persona con una gota, y de matarla con una sobredosis. Héloïse mata a Barrois, un sirviente de la casa, tratando de asesinar al señor Noirtier, padre de Villefort; a los Saint-Méran, suegros de Villefort; e intenta asesinar también a Valentine.
Sin embargo, las cosas son más complicadas de lo que Dantès anticipó. Sus esfuerzos para destruir a sus enemigos y proteger a los pocos que le defendieron se entremezclan horriblemente. Maximilien Morrel se enamora de Valentine de Villefort, y Dantès los ayuda a fugarse juntos fingiendo la muerte de la joven. Al verse descubierta por su esposo, Héloïse envenena al pequeño Édouard y se suicida ella también. Todo esto hace que Dantès se cuestione su papel como agente de la venganza de Dios.
Viendo que su ira se iba extendiendo lentamente más allá de lo que él pretendía, Dantès cancela el resto de su plan y toma medidas para equilibrar las cosas. Aunque la venganza sobre sus enemigos no está completa del todo, deja en libertad a Danglars, no sin antes secuestrarlo en Roma gracias a su amigo Luigi Vampa, el bandido más temido de Italia, y haciéndole pasar hambre y cobrándole casi todo el resto de su fortuna por restos de comida, y finalmente le revela su verdadera identidad en la cima de su agonía. Edmond también indemniza a los que quedaron envueltos en el caos resultante, aplicándose así también sus propios criterios de justicia. En el proceso, se conforma con su propia humanidad y es capaz de encontrar cierto perdón para sus enemigos y para sí mismo.

Relación con la realidadEditar

Jean-Paul Bendit, conde de Montecristo, fue un noble francés que, en 1789, defendió los principios de la Revolución. Colaboró notablemente en la redacción de la Constitución de 1791, y fue detenido en 1792 acusado de traición. Al no encontrarse pruebas, fue puesto en libertad y asesinado posteriormente con ácido sulfúrico bajo el pretexto de una limpieza bucal, un método frecuente en la época, de lo que se deduce que él no intentó escapar de la muerte.[cita requerida]

Personajes de El conde de MontecristoEditar

Hay muchos personajes en este libro, y la importancia de muchos de ellos no es inmediatamente obvia.

Edmundo Dantès y aliadosEditar

  • Edmundo Dantès. Protagonista de la historia, traicionado por sus amigos, que aumentan su prestigio o consiguen poder a su costa. Cuando escapa del calabozo del castillo de If, y dueño de una gran fortuna, se venga de ellos adoptando disfraces y personalidades como El MaltésEl Conde de MontecristoSimbad el MarinoEl comisionista principal de la casa de Thompson y FrenchAbate Giaccomo BusoniEl señor Zaccone y Lord Wilmore.
  • Abate Faria. Sacerdote y erudito italiano. Traba amistad con Edmond mientras ambos son prisioneros en el Castillo de If, le enseña todos sus conocimientos. En sus últimos minutos de vida le revela el secreto del tesoro de Cesare Espada, oculto en la isla de Montecristo, y le conmina a encontrarlo.
  • Luigi Vampa. Un infame bandido italiano que opera en Roma y los alrededores. Secuestra a Albert de Morcerf y lo libera cuando el Conde de Montecristo lo visita en su guarida.
  • Haydèe. Princesa de Janina e hija del sultán Alí Pachá. Cuando éste fue traicionado y muerto por Fernand Mondego, Haydée fue vendida como esclava a los trece años y adquirida por Dantès.
  • Bertuccio. Mayordomo del conde de Montecristo. También tiene una historia muy interesante entremezclada con los intereses de Edmond: el cría a Benedetto junto a su cuñada.
  • Alí. Un esclavo mudo (le cortaron la lengua como condena), comprado por Montecristo en Oriente sobornando al sultán que lo iba a mandar al verdugo como parte de su condena. Se muestra incondicionalmente fiel y servicial al conde.
  • Bautista. Criado y contratado por el conde en París y que se convierte en su tercer hombre de confianza.
  • Jacopo Manfredi. Un pobre contrabandista que ayudó a Dantés a sobrevivir después de escaparse de prisión. Cuando Jacopo prueba
su lealtad desinteresada, Dantés le recompensa con su propia nave y tripulación.

Familia MorcefEditar

  • Fernand Mondego, conde de Morcef. Primo de Mercédès, enamorado de ella desde hacía mucho tiempo. Traiciona a Edmond junto a Danglars conspirando contra él para poder casarse con su amor no correspondido, Mercédès.
  • Mercédès Herrera, condesa de Morcef. Prometida de Edmond Dantès al comienzo de la historia. Tras la desaparición de su amado, y creyéndolo muerto, se casa con Fernand y tiene un hijo.
  • Albert de Morcef, vizconde de Morcef. Hijo de Mercédès y Fernand Mondego, conde de Morcef. Mejor amigo de Franz d´Epinay, hace amistad con Montecristo en Roma.

Familia DanglarsEditar

  • Baron Danglars — Inicialmente el contador del mismo barco que Dantès. Ansía ser rico y poderoso, y ve a Dantès como un obstáculo para sus ambiciones. Durante la estancia de este en prisión, la suerte estuvo de su lado, se convierte en barón mediante su matrimonio con la baronesa viuda del banquero más rico de París, Herminie de Nargonne.
  • Herminie Danglars — Viuda del barón de Nargonne, casada en segundas nupcias con Danglars. En vida de su primer esposo, tuvo un romance con Villefort del que nació un hijo bastardo, Benedetto.
  • Eugénie Danglars — Hija del Baron Danglars y de Madame Danglars. Tiene cierto aprecio por la musica y se ve atraida por las mujeres dando a entender que es lesbiana. Esta a punto de casarse con Alberto de Morcef y despues con Andrea Cavalcanti Benedetto.

Familia VillefortEditar

  • Gérard de Villefort. Siendo procurador real en provincias dictó un mandamiento para encarcelar a Edmond con el único fin de proteger a su padre y su carrera.
  • Héloïse de Villefort. Segunda esposa del procurador del rey, quien luego por su egoísmo envenena a toda la familia Villefort para que su hijo Édouard herede toda la fortuna familiar.
  • Noirtier. Un antiguo bonapartista vigoroso que ahora está paralítico por una apoplejía. Le cuidan su hijo Villefort, su nieta Valentine y el leal sirviente de la familia, Barrois.
  • Valentine de Villefort. Hija de Villefort y de su primera esposa, Renée de Saint-Méran. Ama a Morrel hijo, pero está prometida con el joven Franz d'Épinay.
  • Edouard de Villefort. Hijo de Villefort y de su segunda esposa Héloïse. Es un niño muy travieso.