de Alfredo Leuco
Le pido que me preste atención. Voy a hablar de un tema trascendente: la educación de nuestros hijos.Le pido que me preste atención. Quiero leer un texto que no es mío. Pertenece a Leonardo Haberkorn, un gran periodista uruguayo de reconocida capacidad profesional y ética que, hasta que escribió lo que voy a leerle, era el Coordinador de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la ORT.
Leonardo dice así:
Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.
No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en periodismo.
Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.
Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.
Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos -aunque más no fuera para no ser maleducados- todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen.
Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.
Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?
Así con todo.
¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio.
¿De qué partido tradicionalmente es aliado el PIT-CNT? Silencio.
¿Qué partido es más liberal, o está más a la “izquierda” en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio.
¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.
Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.
En un ejercicio en el que debían salir a buscar una noticia a la calle, una estudiante regresó con esta noticia:
“todavía existen kioscos que venden diarios y revistas….
En la Naranja Mecánica, al protagonista le mantenían los ojos abiertos con unas pinzas, para que viera una sucesión interminable de imágenes, veloces, rápidas, violentas.
Con la nueva generación no se necesitan las pinzas. Una sucesión interminable de imágenes de amigos sonrientes les bombardea el cerebro. El tiempo se les va en eso. Una clase se dispersaba por un video que uno le iba mostrando a otro. Pregunté de qué se trataba, con la esperanza de que sirviera como aporte o disparador de algo. Era un video en Facebook de un cachorrito de león que jugaba.
El resultado de producir así, al menos en los trabajos que yo recibo, es muy pobre. La atención tiene que estar muy dispersa para que escriban mal hasta su propio nombre, como pasa.
Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo. Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es sólo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.
Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.
Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante.
No quiero ser parte de ese círculo perverso.
Nunca fui así y no lo seré.
Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.
Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso a un témpano. Este año, proyectando la película El Informante, sobre dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.
¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que aguantarme las lágrimas!
También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri. Toda la vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente: primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana se sentó frente al dictador.
Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: “¡Si quieren venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!”.
Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.
Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando su Facebook. Todo el año estuvo igual.
Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellos querían que terminara la clase.
Yo también.
A este texto desconsolado de Leonardo, yo solo me permito agregar un par de reflexiones como periodista y como padre.
Por supuesto que no tengo la solución a este drama. Pero entiendo que la anomia por educarse y progresar es lo peor que le puede pasar a una sociedad. En ese caso es la uruguaya pero estoy seguro que no es muy distinta de la Argentina. O quizás peor. El doctor en educación y ex ministro del área de la Ciudad, Mariano Narodowski, acaba de publicar un libro llamado “Un mundo sin adultos”. Habla allí de la familia, escuela y medios frente a la desaparición de la autoridad de los mayores. Allí plantea que la obediencia a nuestros viejos, a los maestros, al director técnico del equipo de fútbol, era un valor democrático y ordenador de la sociedad y no un disvalor represivo y castrador. Los chicos necesitan que un adulto les diga lo que está bien y lo que está mal. Siempre reclaman de mil maneras los límites para no caer en el vacío.
Este es un problema grave que tenemos. Tantos años de presunto progresismo cargó de contenido satánico a la palabra obedecer. Instalaron que la libertad es hacer lo que se les cante las pelotas y eso no es así. Es cierto que no es el único problema. Hay un facilismo perezoso que lleva a los adolescentes eternos a que no se vayan nunca de la casa de los padres. O alumnos que sobre nuevas tecnologías saben más que los maestros. O padres soberbios que insultan y ningunean a los maestros. En síntesis hay palabras y valores que han sido estigmatizados y por eso va a ser tan difícil volver a ser lo que fuimos. Falta sacrificio, esfuerzo y pasión. Nada se logra boludeando. Nadie triunfa en la vida en dos minutos. La fama es puro cuento y no hay otra forma de ganar dinero que trabajar. Esas semillas son las que tenemos que volver a sembrar con el ejemplo. Y la pasión. Sin pasión no hay nada. Hay tantos padres que se la pasan diciendo que la vida y que todo es una mierda y eso es lo que le enseñan a sus hijos. Ellos repiten lo mismo y actúan en consecuencia. Si la vida es una mierda y nada puede hacerse, pues los hijos, nada hacen.
Se podría y se debería hablar horas de esto. Debatirlo a fondo en los medios y en las escuelas. Yo solo quise poner el problema delante de nuestros ojos y tirar la primera piedra sin esconder la mano. Ojalá les sirva a algún padre y a algún maestro. Ojalá.
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