Los diccionarios universales de la lengua española concluyen definiendo dos de los defectos o pecados del alma humana que más daño han hecho a la humanidad.
Wilkipedia define la Avaricia como “…una inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones”. También define la Codicia como “…el afán desmedido de riquezas, sin necesidad de querer atesorarlas.
La Real Academia Española define la avaricia en pocas palabras pero de mucho peso, como “Afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”.
El Diccionario Cuyás, un poco más sucinto, lo define como “un apego desordenado a las riquezas“. De las varias palabras griegas para la avaricia, dos son especialmente reveladores. La más común, “pleonexia”, se deriva, según Ceslas Spicq (tomo III, p.117), de “pleon” (“más”) y el verbo “ejw” (“tener”). Por eso Louw y Nida, en su léxico griego, lo definen como “un fuerte deseo de adquirir más y más posesiones materiales, o de poseer más cosas que las que otros tienen…” (Louw-Nida I:291-2).
La avaricia es un deseo insaciable y enfermizo; cuánto más posee, más desee. Otro término para la avaricia es “filarguros”, que significa “amor al dinero”; podríamos decir que son “dinerófilos”, “enamorados esquizofrénicos del dinero” (Lc 16:14; 1Tm 6:10; 2Tm 3:2). Esta dinerofilia, según 1Tm 6:10, es “la raíz de toda clase de maldad“.
En el ámbito de la religión especialmente la judeocristiana que es donde nos desenvolvemos en comunidades diversas, tanto la avaricia como la codicia, son consideradas como pecados capitales, y como tal, en cualquier sociedad y época, han sido demostradas un vicio, un vicio de lo más rastrero, repugnante, son más bien, manías, es un tipo de psicosis progresiva y de fatales consecuencias. En efecto, al tratarse de un deseo insidioso por querer tener más y más a cualquier costo, tanto que sobrepasa los límites de lo ordinario y de lo lícito, se califica con este sustantivo actitudes peyorativas en lo referente a las riquezas. La codicia y la avaricia son términos que describen muchos otros ejemplos de pecados, por ejemplo: la envidia. Estos incluyen deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar.
Cuando se cruza la delgada línea entre lo que significa para un ser humano “cubrir las necesidades” para obtener con voraz apetito lo que no se necesita solo por el mismo hecho o deseo insidioso de “tener cada día más a cualquier costo” aparece la codicia. Existe codicia por el dinero cuando el avariciento y/o codicioso movido por sus impulsos psicóticos (la codicia es una enfermedad psicosomática) con propósitos enfermizos, y no para cubrir correctamente nuestras necesidades físicas, pasan por encima de todo aquél que se le pone enfrente, sean los hijos, una hermano, un amigo íntimo, un padre o una madre. Muchos quieren dinero para ganar prestigio social, fama, altas posiciones, o simplemente para llenar la “necesidad” de tener y acumular por “cualquier cosa que les depare en el futuro” y el lema de estos es algo así como éste…“si puedo obtenerlo, lo obtengo, y si no puedo obtenerlo, de cualquier manera, sin importar cual fuese, lo tengo que obtener”. No existe codicia ni avaricia cuando se consigue dinero con el único propósito de cubrir nuestras necesidades físicas más básicas, como un techo digno, alimento, vestido, locomoción, educación. Por eso es que es urgentemente necesario descubrir hasta dónde termina la necesidad y dónde es que comienza la codicia.
La avaricia es una pasión cuasi-erótica por el dinero y por las cosas — muy fácilmente conduce a la idolatría (Is. 2.7-8; Mt 6:24). La persona avara consagra toda su vida al dinero y deposita toda su fe y esperanza en la riqueza. Cree que posee sus bienes, pero pronto es poseído por ellos. A menudo la avaricia termina distanciándolo de su familia, del prójimo y de Dios mismo, por qué ahora está sirviendo a otro dios. “Dios sabe muy bien”, escribió Orígenes, “qué es lo que uno ama con todo su corazón y alma y fuerza; eso para él es su dios. Que cada uno de nosotros se examine ahora, y silenciosamente en su propio corazón decida cuál es la llama de amor que principalmente y sobre todo está encendida dentro de su ser”
Para un codicioso la avaricia es la summum bonum de todos los valores en la vida, el dinero es su dios. La búsqueda y la acumulación de objetos, tierras, casas, la estafa, el robo y el asalto, con violenciao sin ella, los engaños o la manipulación de los que están en mayordomía o en autoridad sobre los más débiles, son todas acciones que son inspirados por la avaricia. Tales actos pueden incluir la simonía que es la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales.
La simonía incluye también la compra de cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias, promesas de oración, la gracia, la jurisdicción eclesiástica, la excomunión, etc. En el ámbito de las sociedades judeocristianas se considera simonía la compra de dignidades que solo el poder divino puede otorgarlas como por ejemplo; la compra de un cardenalato o de un papado, o de un título ministerial importante dentro de cualquier comunidad religiosa. La simonía incluye la compra con dinero efectivo o especies de un laico o un religioso adinerado y corrupto, de títulos magisteriales y valores altamente espirituales como lo es la salvación del alma, o la rebaja de penas en un purgatorio inexistente a cambio de dinero entre otras corruptelas verificadas a los largo de la historia de la humanidad. También los dones sagrados que solamente el poder divino del Dios Todopoderoso puede otorgar sin necesidad de merecerlos a quien a El más le pluge. Todos estos y muchos activos espirituales más, engrosan la lista de los grandes valores y virtudes que, como mugrosas letras de cambio son intercambiadas en el mercado de la truhanería moral de los cadáveres que aún caminan en un mundo corrupto, maldito, caído, sin Dios y sin justicia.
Jamás un avaricioso ni un codicioso podrán dormir en paz – nunca, – ni en ésta ni en la otra, y su descendencia hasta la cuarta generación recibirá la paga de una maldición que les perseguirá y acosará sin tregua ni descanso.
El alma embotellada dentro de la botella de la codicia es incapaz de comprender las cosas que están fuera de la botella. Los codiciosos quieren embotellar a Dios y por eso andan errantes buscando quien los ame sin lograrlo, son como parias, viven con miedo que sus más cercanos les roben lo que ellos han robado a otros, siempre andan buscando más, siempre anhelando lo inalcanzable, inútilmente, porque a Dios nadie lo puede embotellar.
Quien quiera vivir en paz con Dios y los demás seres vivientes deben abandonar primero la codicia. El albañil que es codicioso abandona la obra cuando halla en su camino otra obra aun cuando ésta última sea de una obra de tinieblas realmente. De la gran obra de Dios, que se traduce en el amor a Él y a sus semejantes, se retiran los codiciosos. Muchos son los que comienzan el trabajo, pocos los que lo terminan.
Lo que más sorprende en la lista de pecados más aborrecidos por Dios en las sagradas escrituras es la frecuente inclusión de la avaricia, en los mismos términos que la de la borrachera y los pecados sexuales. Son como hermanos inseparables. Si esos pecados escandalosos excluyen del reino de Dios a los malvados, entonces también la avaricia, en términos idénticos, hecha fuera del reino de Dios a los avaricientos y codiciosos. De hecho en la lista de pecados capitales en los escritos paulinos, la avaricia aparece más frecuentemente que la borrachera. Y es más, en dos de las listas San Pablo agrega una frase sumamente grave, cuando escribe “la avaricia, la cual es idolatría”(Ef 5:5; Col 3:5), el más condenable de todos los pecados. ¿Puede algún cristiano o cristiana negar que la avaricia sea un pecado tan aborrecible ante los ojos de Dios?