Muchos de nosotros tenemos recuerdos de cuando eramos niños, de pasar horas jugando con la tierra, cortando hojitas y flores, y respirando sus olores, recuerdos que todavía hoy persisten muy intensos
Y hasta ahora, cuando llega la primavera, nos viene un deseo irrefrenable de pasearnos por los pasillos angostos de algún vivero y delei...tarnos con todos esos colores y aromas, para seguramente llevarnos a casa algo de esa prodigiosa naturaleza. Señal de que el vínculo ancestral que tenemos con las plantas sigue aún vivo y fuerte. Esa sugerencia de una relación oculta entre el hombre y el vegetal que planteaba el poeta R. W. Emerson. Y luego... no sabemos bien qué hacer para mantener viva esa maravilla.
En parte porque la vida contemporánea nos ha llevado a ver a las plantas, bellas en su esencia, como otro objeto más de consumo, cosas decorativas, y por un instante olvidamos que son seres vivos, con necesidades biológicas básicas ¡como nosotros!, sin las cuales dejan de funcionar correctamente, enferman y mueren. Entonces nuestro desconocimiento nos hace reaccionar a veces exageradamente, o sin pensar. Lo habitual: las pasamos de agua, las paseamos por la casa, de adentro para afuera, y de la sombra al pleno sol. Y lo peor: les aplicamos todo tipo de remedios, venenos y fertilizantes químicos (a veces más costosos que la pobre planta) que la mayoría de las veces son totalmente innecesarios e inútiles para resolver el problema. Situación bastante tragicómica para un vínculo que debería ser más natural.
Desde éste espacio intentamos estrechar la relación entre la naturaleza y nosotros, espíritus algo agobiados por la vida tecnológica. Buscamos recuperar algo del vínculo fundamental entre nosotros, las plantas y la tierra, descartando el habitual estilo de hacer lo más fácil y lo más rápido, y parecernos más a aquellos jardineros de un pasado no tan lejano, que sabían cómo cuidar de sus plantas, conociendo las necesidades y ciclos de cada una, aprendiendo de la observación de sus signos y síntomas, los avisos de que algo anda mal, dándoles la tierra de cultivo adecuada, y regulando los riegos que necesitan.
Y después de un cierto tiempo, con la experiencia y el conocimiento aprendidos, poder prescindir de recetas y fórmulas tan simplistas como peligrosas, y restablecer un diálogo fluído y confiado con nuestras plantas, algo bastante más parecido a lo que hacemos con nuestras otras relaciones humanas.
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