Derecho y deber. Para entender la compleja realidad en el Bicentenario, basta mirar lo que ocurre en las aulas. La escuela en crisis de identidad, atravesada por la agudizada desigualdad y fragmentación social. Dolor y esperanzas
Rectora de principios fundacionales, la educación cumplió objetivos y alcanzó logros propuestos en el país, a lo largo de la historia.
No fue antes mejor, ni ahora peor, pero algunos de esos propósitos trazados mucho tiempo atrás fueron conseguidos y dieron sus frutos.
Desde acá en Paraná, Domingo Faustino Sarmiento comenzó a gestar el normalismo, para formar maestros competentes para la escuela Primaria. Más allá de lo que su figura genera a favor o en contra, el horizonte fue claro. Y así, la enseñanza fue dando sus frutos, con la incorporación de cada vez más personas a la escolaridad.
La educación no es una caridad sino una obligación para el Estado, un derecho y un deber a la vez para los ciudadanos, sostenía Sarmiento. Y precisamente esa educación popular, gratuita e igualitaria, con una currícula básica, obligatoria y común fue parte constitucional indispensable para la conformación nacional, el sentido de pertenencia e identificación colectiva, y para el progreso y ascenso social. Si bien en relación a la obligatoriedad pasaron muchos y largos años para hacer realidad que todos accedan a las escuelas, la perspectiva inicial fue clara, unívoca.
Esos pilares han vertebrado el sistema educativo hasta la educación superior, que constituyó al país en un modelo regional.
Hoy la escuela se debate entre problemas intestinos y serias dificultades externas. Más allá de su resistencia o dificultad para renovarse o modernizarse, hay también una crisis de su sentido.
Mientras tanto, hay un visible deterioro de la calidad educativa, del nivel de formación de chicos y jóvenes, que deriva en alto abandono escolar, niveles alarmantes de repitencia, baja graduación; y eso impacta literalmente en la realidad.
"Todos los problemas son problemas de educación", planteó el mítico Domingo Sarmiento hace casi 150 años. Su frase permanece vigente, porque esa prioridad dada a la educación en aquella época hoy no es tal. Y así estamos como sociedad.
En los últimos años, en este inicio del siglo XXI, uno de los avances principales fue la incorporación de muchos sectores a la educación. "El chico dentro del aula" fue la máxima coronada para cumplir el derecho de la inclusión social.
Y se promovieron muchos programas educativos y de carácter social destinados a apuntalar ese derecho, con inocultable éxito: Conectar Igualdad fue una verdadera transformación. No fue el único, pero sí el más visible.
Sin embargo, las estadísticas muestran que el rezago educativo nacional es crítico: en la Secundaria, apenas algo más del 40% se gradúa dentro de los plazos establecidos; la sobreedad en el cursado muestra oscilaciones en torno del 40%; la mitad de la población económicamente activa no tiene la Secundaria terminada. En ese contexto, las evaluaciones locales e internacionales, o los propios testimonios de los actores de la comunidad educativa dan cuenta del grave problema de comprensión lectora que tienen los chicos, así como el bajo nivel en Matemáticas o en Ciencias.
Con la asunción del nuevo gobierno hace siete meses, luego de más de 13 años de un ciclo político, todavía no está claro el rumbo educativo. En estos pocos meses, tarifazos y crisis laboral ahondaron algunas precarias realidades educativas, y volvieron a poner en foco a las instituciones escolares como refugios para la cobertura alimentaria.
La pobreza, la exclusión, la discriminación, vulneran obscenamente los derechos humanos básicos como la educación y lesionan el concepto de "Patria somos todos".
Problemas edilicios, escuelas nuevas con techos que se llueven, falta de transporte, caminos intransitables, asambleas docentes, son también condicionantes para atraer a los alumnos a las instituciones, sobre todo aquellas públicas. Cada año se vive con desesperación la falta de bancos en instituciones privadas, porque los padres le huyen a los paros, la falta de clases y el discontinuo aprendizaje. Y así se ha instaurado en la mentalidad de la población la merma de la calidad educativa pública; hasta cierto punto, es una caída en el "status social" colegiarse en escuelas públicas.
Si se trata de dar prioridad a la educación, entre tantos objetivos deberá volver a instituirse su condición de igualadora, para restituir la calidad y fundamentalmente evitar esa división entre educación pública y privada; una de mala calidad para que se alfabeticen los sectores de menores recursos que no pueden acceder a la otra, la privada, que ofrece mayores competencias, habilidades y destrezas a chicos y jóvenes.
En la Argentina del Bicentenario de la Declaración de la Independencia resulta difícil poder saber qué entiende hoy cada niño o joven como Patria, si realmente es esa construcción colectiva permanente de una nación.
En el corazón de una de las zonas más vulnerables de la capital entrerriana truenan como el grito sagrado de los héroes de la Independencia, palabras como luchar, libertad, unión y pasión para la superación, más que los nombres de próceres o hechos de hace 200 años. Valores, para testimoniar y hacer comprender esa gesta histórica.
"Sabemos que estamos ahí para aprender y enseñar, y no bajamos los brazos", testimonió a UNO la directora de la escuela Nº 28 Nuestra Señora de Guadalupe, que congrega a los chicos del Volcadero, de los barrios Antártida Argentina, Humito, Mosconi, entre otros. "Enseñarles a pelear por lo que uno merece, por lo que uno cree que es necesario y justo", reforzó, al ejemplificar la experiencia de lucha por una comunidad que logró contar con un edificio nuevo luego de dar clases en patios o tener un sanitario para 250 personas.
"Enseñar con pasión, que con el esfuerzo y la unión se sale adelante", acotó la profesora Stella Maris Pérez.
Pasión y compromiso
Podría haber sido una escuela del castigado este de Paraná, de la zona del Lomas del Mirador, afectada por el conflicto narco. O bien una de la zona de islas de Victoria, o de Islas del Ibicuy, con dificultades para acceder o recurrentemente impactadas por crecidas e inundaciones. También de zonas rurales como Feliciano o Federal, con caminos casi intransitables y kilómetros de distancias entre parajes y escuelas. O por qué no, alguna nocturna, en que los chicos desafían sus propias metas, y también riesgos y peligros de la noche.
Pero en la zona circundante al Volcadero de Paraná se tejen historias de necesidades, de conflictos, y al mismo tiempo de superación.
Allí donde la Patria duele, hay penas y también hay muchas esperanzas. Y es donde se unen lo justo, lo urgente y lo necesario para resolver.
Y hay desafíos para el docente, además de enseñar, que es manejar los sentimientos. Porque la realidad de muchos niños de barrios en situación de vulnerabilidad implica otro tipo de conceptos educativos. Si bien la currícula es la misma, los docentes deben ir adaptando para el día a día que viven esos niños y jóvenes. No es lo mismo para un pequeño de 2º grado que llega abrigado, desayunado y calzado al colegio, que para otro que a la misma hora no comió, tiene frío porque la ropa es poca y sus zapatillas están húmedas. El mismo maestro que tiene frente a sí esos dos tipos de niños no puede empezar el día sumando y restando. Entonces, la educación del Bicentenario obliga a involucrase, a saber qué pasa en casa, a colaborar y poner en contacto interdisciplinario a otras áreas fuera de la escuela para progresar. Si a fin de año no se aprendió a leer, tal vez no sea el problema si se evitó un caso de desnutrición o violencia familiar. Hay un corrimiento, un desplazamiento de la escuela hacia nuevos límites.
La directora de la escuela Guadalupe, Claudia Giest, consideró que estar al frente de una institución en una zona vulnerable significa: "A veces, volvés con el alma y el corazón partido", pero también: "Que muchas veces, me vaya con el pecho hinchado de orgullo, cuando vemos que nuestros estudiantes alcanzaron su metas".
Ante la consulta de UNO, no escapó a testimoniar lo que está ocurriendo en ese territorio: "El hambre se está viendo, la falta de trabajo se siente, y también la declinación y desprotección de derechos".
—¿Qué es ser hoy directora de una escuela, en el Bicentenario del país, en un lugar con tantas necesidades y dificultades?
—De lugares como este a veces volvés con el alma y el corazón partido. Por cuestiones cotidianas como que viene un papá y te cuenta que no les alcanza para comer, para vestirse, o que a sus hijos se los pueden mandar a un hogar; hasta ver que todos los días repartimos pan a chicos que vienen con la panza vacía porque llegan sin comer, sin desayunar. No es lo general, pero la cuestión es que el hambre se está viendo, la falta de trabajo se está sintiendo, así como cierta declinación y desprotección de derechos, porque los chicos vienen a veces sin un adulto responsable detrás, manejándose solos.
Hemos tenido casos de chicos totalmente abandonados a su suerte, con un Estado que no responde. Porque no tienen ningún familiar y nadie se quiere hacer cargo de ellos, entonces han dormido en la calle. Entonces vemos un Estado ausente, que hace agua en derechos básicos de los chicos, porque hay alguien que debería estar velando, simplemente por un derecho básico que es tener comida, tener un lugar donde vivir, recibir amor, alguien que te cuide, y no está. Entonces hay días que cuesta mucho, porque la tarea nuestra es la educativa, y sin embargo a veces nos encontramos, cuando nos reunimos con los docentes, que no podemos avanzar con la tarea educativa porque estamos atravesados por un montón de otras problemáticas. Pasa también con la violencia, que cada vez se ve más dentro de las instituciones, con problemas y peleas todos los días, donde ya se empiezan a meter los papás, donde vemos estas situaciones de vulnerabilidad total, de chicos que no tienen lo básico para vivir.
La escuela trata de avanzar con otras instituciones, porque vimos que ese es el camino; juntarnos con otros, con la vecinal, con el centro de salud, con las facultades, que te ayudan a tratar ciertas problemáticas. Y así nos vamos juntando para poder abordar los problemas que, en algunos casos, la escuela se siente superada porque ahora en este momento estamos atravesados por un momento de violencia tal que todo se resuelve a través de los golpes, no existe el diálogo. Y la escuela no puede quedarse de brazos cruzados; o decir que la sociedad está así, que el barrio está así. Estamos acá para educar, para poder trabajar con los chicos y mostrarles que hay otra forma de resolución, porque también está en juego la vida de ellos. No es solo esta cuestión de no poder dialogar o encontrarme con el otro; a veces está en juego la vida, porque los chicos vienen golpeados, los chicos se golpean entre sí, es común a veces en la casa el uso de las armas, entonces es como que todo eso se vivencia acá.
—En ese contexto y en esta fecha resulta difícil qué se puede transmitir como concepto de Patria.
—Los otros días discutíamos con los docentes el sentido que debían tener los actos escolares. Toda esta formalidad que a veces damos a los actos y a veces el chico no entiende para qué estamos parados, para qué cantamos el Himno, qué estamos conmemorando siquiera. Entonces decíamos que tal vez deberíamos empezar a encarar los actos de otra manera, de que realmente se sienta lo que estamos conmemorando.
—¿Y cómo sería conmemorar de otra manera?
—Son conceptos difíciles de transmitir. Porque lo hemos hablado con los profes de Ética o los que trabajan en los actos, acerca de los conceptos como democracia, Patria, Estado. Ellos sienten la exclusión; por ahí nosotros hemos intentado trabajar la cuestión y defensa de los derechos. ¿Qué es lo que tenemos que defender? ¿Por qué nos lo merecemos? Porque si vamos a hablar del concepto de igualdad, en qué todos somos iguales. Porque por ejemplo, esta escuela tiene una larga lucha por su edificio, por todas las condiciones dignas que debe tener una persona para enseñar y para aprender, porque para esta escuela fue muy importante el avance de tener el edificio que tenemos. Los chicos sentían antes que estaban en un lugar indigno, cuando estábamos todos amontonados, compartíamos un baño entre 250 personas, y también los docentes, porque a veces dábamos clases en el patio. Esto ha sido un avance para los chicos, fue importante el edificio nuevo porque los chicos del barrio se quedaron; antes se iban a otra escuela, y ahora se quedan acá. Entonces me parece que eso es una revalorización de las condiciones que deben tener una persona para estudiar. Por más que la sigamos peleando porque no tenemos sillas, porque llueve el techo, la seguiremos peleando y eso es una enseñanza para los chicos. Enseñarles a pelear por lo que uno merece, por lo que uno cree que es necesario y justo. Porque ésa es la cuestión por donde pasa la justicia.
—En estas fechas patrias emerge con más claridad las diferencias de conceptos, valores, intereses, o de otras formas de vincularse con la historia que tienen las nuevas generaciones.
—La discusión que tenemos en el interior de la escuela es la cuestión de identidad. El Himno y la Bandera corresponden a un momento histórico, que era necesario que todos los argentinos nos identificáramos con estas cosas. Y ahora es como que la escuela está todavía peleando con la nueva visión escolar moderna, porque nos dimos cuenta de que los chicos son otros y la escuela no les está dando respuestas a los chicos que tenemos. Pero también la escuela tiene a docentes que están preparados para esa otra escuela, no para esta otra que tiene que venir. Porque los docentes en sí cargamos con no solo la formación docente, sino con todas las formaciones que nos dieron cuando nos escolarizamos. Desde el jardín, entonces, cuando un docente da clases no enseña solo lo que aprendió en el Profesorado, enseña toda su carga de vida, y la pone ahí en juego. Entonces estamos en estas luchas constantes, entre lo que deberíamos cambiar y lo que cuesta cambiar, para que realmente sea significativo, no solo para cambiar, sino para que algo se vuelva significativo.
—Hablábamos del aumento de la matrícula. ¿Hay también un incremento de la permanencia en las aulas?
—La escuela tiene una matrícula de 500 chicos, proveniente de los barrios de la zona como Humito, Mosconi o Antártida Argentina. Hubo, con el nuevo edificio, un crecimiento de matrícula; y hay cada vez más chicos del barrio, permanecen en el barrio. Antes se iban y buscaban otra escuela del centro. Pero tal vez pueda tener también que ver con una cuestión económica, porque muchos papás nos dicen que les está costando pagar el colectivo, entonces por ahí es imposible pagar coles para escuela y Educación Física, y entonces los mandan a la escuela más cercana porque económicamente por ahí es conveniente. Y para nosotros también es más difícil, porque teníamos muchos planes nacionales, como uno que incluía movilidad, con el que le cargábamos tarjeta todos los meses a los chicos con pasajes. Entonces teníamos muchos chicos que venían de la zona pasando el Puente Blanco, otros de Anacleto, que ya no lo tenemos. Ahora, mirá cómo se vuelven injustas algunas situaciones, hay chicos que se van o vienen caminando, a las 6.30 los de la Primaria, o que salen con oscuridad en el turno tarde, con todo el riesgo a la noche o a la mañana temprano.
La escuela está atravesada por muchas problemáticas, pero claramente sabemos que estamos ahí para aprender y enseñar y no bajamos los brazos. Tenemos en claro que trabajamos en pos de mejorar las condiciones de todos nuestros alumnos, desde lo cotidiano, con pequeños y grandes proyectos, pero sabiendo que es un trabajo colectivo y cada uno desde su lugar es importante.
Por esa razón, al margen de todas las dificultades y problemas, ser directora de la Guadalupe también implica que muchas veces me vaya con el pecho hinchado de orgullo, cuando vemos que nuestros estudiantes alcanzaron sus metas, cuando veo el compromiso que le ponen todos los días mis docentes a su tarea, cuando se concretan proyectos institucionales, cuando nuestros alumnos ponen en juego nuevos conocimientos en el aula o participando de proyectos con otras instituciones y cuando todos los días cierro la puesta y sé que ese día pude conocer un poco más esas historia de vida y superación y me voy con uno o varios abrazos encima. Porque de eso también se trata enseñar, del afecto que cruza las relaciones junto con contenidos de Matemática, Inglés o Geografía.
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