Por: Josep Lobera
Para la mayoría, la Navidad ha perdido buena parte de su vínculo con la religión. Especialmente entre los jóvenes: para el 72% de ellos estas fiestas tienen ya poco o ningún significado religioso. Es destacable que casi la mitad de los jóvenes —el 45%— vean estas fiestas de forma totalmente desacralizada, mientras que entre los mayores de 55 años quienes piensan así apenas llegan al 16%.
Esta es una pieza más de lo que
Aranguren llamaba la “transición religiosa” y que, desde mediados de la
década de los noventa, viene situando a la sociedad española en niveles de religiosidad similares a la media europea. Así,
para la gran mayoría de los jóvenes (84%) estos son días, más bien, de diversión, cenas y reuniones con amigos. La mayoría saldrá de fiesta (el 65% lo hará la noche de fin de año). Lo religioso queda en un alejado segundo plano, si es que queda: apenas son un 15% los jóvenes que asistirán a la tradicional misa del gallo y un 9% quienes aseguran que estas fechas guardan para ellos un gran significado religioso.
La consideración poco religiosa de la Navidad está en consonancia con el hecho de que un 62% se define como poco o nada religioso, cifra que aumenta hasta el 76% entre los jóvenes que tienen entre 18 y 34 años. Si el futuro es de los jóvenes, la Navidad será cada vez más una fiesta del encuentro y menos una celebración religiosa.
Pero, más allá de las estadísticas que surgen a diario ...
¿Qué es la Navidad?
Esta es la pregunta fundamental para el que quiera vivir estas fiestas en su autenticidad original. Es, ante todo, una fiesta religiosa. ¿Por qué religiosa? Porque en ella se conmemora el nacimiento de Jesucristo, confesado como Hijo de Dios. En la Navidad celebramos la presencia de Dios vivo entre nosotros (Enmanuel): Dios hecho hombre. La religión es precisamente eso: la relación entre Dios y el hombre. Esta relación se basa en tres principios fundamentales: la fe, como acto de afirmación y conocimiento de Dios; la esperanza, como actitud de confianza y espera en la Palabra de Dios; y el amor, como entrega de uno mismo a Dios y como adoración a Él. La Navidad es, por tanto, la fiesta de Dios hecho hombre, celebrada con fe, esperanza y amor. No existe una verdadera Navidad cuando se la despoja de su carácter religioso.
Pero la Navidad no es sólo una fiesta religiosa. Es también una fiesta humana, y por humana no hay que entender hecha o vivida por hombres, cosa que, por otra parte, es obvia.
En el misterio del Verbo encarnado se esclarece el misterio del hombre. Por ello, en estos días se exaltan aquellos valores que configuran y dignifican la vida del hombre. No es puramente casual que estos días se vivan en familia. En esta institución desarrollamos las configuraciones innatas de lo humano y adquirimos la mayoría de los valores que dan sentido a nuestra vida; es en la familia donde se construye la personalidad del hombre. Estos días son una mirada a nuestra humanidad para profundizar más y más en lo humano. La Navidad es ese tiempo privilegiado en el que realmente podemos poner en juego todo lo humano y, por ello, nos debemos sentir fraternos, solidarios, pacíficos, generosos.
El sentido de la Navidad está, pues, en su dimensión religiosa y humana. Ninguna de las dos pueden faltar si queremos que nuestra Navidad sea auténtica, si no queremos vivir una Navidad sin Navidad.
Estos días, en los que la presencia de Dios lo inunda todo con su paz, su felicidad y su amor, son una invitación a penetrar con fe en el misterio del nacimiento de Jesucristo para vivirlo con amor entrañable.
Es el momento de reflexionar, de comenzar de nuevo, de rescatar los valores, de ser auténticos con nosotros y con los demás.
Vivamos esta Navidad con espíritu de fe, esperanza y amor. Jesús nace en nuestro corazón.
A todos, ¡feliz Navidad!