ALEGATO FRENTE AL OPROBIO
El contexto
El presente alegato lo escribo desde mi
rol de dirigente político acreditado por doce años de participación en dicha
actividad, durante los cuales contribuí a la creación del partido Nueva Unión
Ciudadana, con personería en la provincia de Buenos Aires y fui cuatro veces
candidato a Diputado Nacional y una vez candidato a Diputado en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, por distintas fuerzas y alianzas. Me mueve a hacerlo
una situación que considero oprobiosa, como es la flagrante y sistemática
violación de los derechos humanos que sufren los militares imputados por
delitos denominados de “lesa humanidad” que es ignorada por la justicia, los
medios y las organizaciones públicas y privadas que deberían velar por evitar
este tipo de agravios. Aspiro a que quede constancia histórica de que al menos
un dirigente político se apartó de la mordaza que impone el temor a exceder lo
políticamente correcto y aunque detento la condición de militar retirado eso no
quitará a mi testimonio el valor de provenir de un miembro de la dirigencia
política nacional.
Hace algunos años, cuando se comenzó a
mencionar la posibilidad de declarar inconstitucionales las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida, consulté la opinión de un prestigioso jurista quien
me aseguró que dichas leyes estaban ratificadas por numerosos fallos de la
Corte Suprema de Justicia y que, en todo caso, aunque se consumara un hecho
como el planteado, no tendría validez práctica pues desde el punto de vista del
derecho las leyes no pueden modificarse ni aplicarse en forma retroactiva, ni
se pueden vulnerar derechos adquiridos ni se puede volver a juzgar a quien haya
sido previamente juzgado o indultado. El tiempo me demostró que mi ilustrado
interlocutor conocía profundamente las cuestiones jurídicas pero no podía
anticipar la forma desmesurada y descarada con que la dirigencia política
argentina, avalada por una justicia acomodaticia, sería capaz de pasar por
encima de toda la estructura del derecho en su afán de conseguir un objetivo
político.
Con la llegada de Néstor Kirchner a la
presidencia, se inició el ataque final contra todo lo que se había actuado y
construido en la materia, con el apoyo de legisladores de diferentes corrientes
ideológicas y partidos políticos, algunos de ellos con coincidencia plena y
otros temerosos de que sostener una actitud conforme a derecho los ubicaría
bajo la sospecha de ser cómplices o tolerantes de un gobierno militar. La
anulación de leyes y de indultos en forma parcial, así como la incorporación de
figuras jurídicas novedosas tales como los delitos de “lesa humanidad” se
aplicaron en forma retroactiva violando sin pudor principios universales del
derecho, con el aval de una nueva Corte Suprema de Justicia que reemplazó a la
mayoría de los miembros de la Corte anterior que fueron sometidos a juicio
político. Uno de esos miembros salientes me manifestó que la condición que le
plantearon para evitar ese juicio era precisamente comprometerse a aceptar la
anulación de las leyes citadas a lo que se había negado por razones de
principios. Solo el tiempo y la historia podrán probar esa afirmación pero lo
cierto es que la nueva Corte convalidó todas las aberraciones jurídicas que
quedaron bajo su arbitrio cuando de juzgar a militares se trató.
Si existía alguna duda de que la
justicia en Argentina fue inmolada en el altar de la política fue justamente el
presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, quien se
encargó de disiparla al expresar en un libro de su autoría que “los juicios de
lesa humanidad forman parte del contrato social de los argentinos y constituyen
una decisión colectiva, un consenso que va más allá de cada dirigente, que no
tiene dueño y que, como dijimos antes, nadie puede ya impedir”.
Esta expresión de voluntarismo de
tono eminentemente político que no admite siquiera la posibilidad de la
preeminencia del derecho, demuestra además una postura absolutamente
comprometida y anticipada de quien preside el tribunal que, en última
instancia, deberá juzgar las apelaciones y los cuestionamientos jurídicos que
pudieren plantearse a esa supuesta “decisión colectiva” de los argentinos.
Expresado en los términos crudos de
un político cínico, lo actuado se puede sintetizar en la idea de que los
militares cometieron para su criterio crímenes tan graves que había que
encontrar los recursos jurídicos para juzgarlos y condenarlos aunque para ello
fuera necesario ignorar los obstáculos planteados por el derecho. Lo que muchos
sectores que adscribieron a esta teoría comprobaron luego duramente fue que el
gobierno una vez que comprobó que podía pasar por encima de los diques que la
ley ponía a sus apetencias, continuó usando el recurso contra otros grupos
arremetiendo contra empresas, medios de comunicación y opositores, llegando a
tratar de imponer una reforma judicial que la Corte rechazó, ya en última
instancia, cuando comprobó que también venían por ella. Estos hechos no
quedarán impunes. Como no quedarán impunes los abusos con las millonarias
indemnizaciones que primero llegaron a los familiares de los “desaparecidos”,
para continuar luego con los exiliados y con los terroristas que cayeron atacando
cuarteles en períodos democráticos hasta llegar al extremo de malversar los
recursos del Estado pagando a familiares de terroristas ejecutados por
terroristas en nombre de la “justicia revolucionaria”. Tanto abuso impune,
tanto descaro para juzgar a militares mientras se ignoran jurídicamente los
crímenes guerrilleros o se rechazan los reclamos de los familiares de víctimas
del terrorismo serán juzgados por la historia y en muchos casos, por tribunales
más ecuánimes y justos que los que actualmente siguen la corriente dominante,
ignorando la justicia y el derecho.
El núcleo
Sin embargo y pese a la gravedad de
lo expresado, el núcleo de mi alegato está apuntado a algo más inmediato y
urgente, más grosero y aún más oprobioso, por lo que su tratamiento no admite
dilación. Esto es la forma desembozada en que se violan los derechos humanos de
los más de mil militares que se encuentran sometidos a juicios en causas
vinculadas justamente a la violaciones de derechos humanos. Esta cuestión, no
la expreso en forma de opinión o de apreciación subjetiva. Las agrupaciones
constituidas por familiares de los detenidos y los abogados defensores, han
expuesto reiteradamente con nombre y apellido los numerosos casos de ciudadanos
con estado militar que cumplen prisión preventiva durante períodos que
triplican lo que autoriza la ley. Peor aún es la sistemática negativa a
conceder la prisión domiciliaria a detenidos con edades superiores a los
setenta años que padecen enfermedades que requieren tratamientos que no pueden
ser seguidos en los centros de detención en que viven en condiciones precarias.
Esa falta de atención médica adecuada ha llegado al extremo de que se prohíba a
los detenidos ser atendidos en institutos médicos dependientes de su obra
social, como castigo por la fuga de dos imputados de un nosocomio militar. Como
consecuencia de estos agravios y de los traslados en condiciones inadecuadas e
insoportables para las patologías y las edades de los imputados, se ha
producido ya un número de más de 200 decesos, algunos de ellos que reflejan una
notoria e inaceptable falta de atención médica. Toda la información al respecto
está disponible y debe ser urgentemente investigada pues estas violaciones a
los derechos humanos se están produciendo en estos días y en esta sociedad en
la que convivimos.
No es en este escrito en que citaré
caso por caso (tengo la posibilidad de hacer llegar los datos específicos a
quien los requiera) pero basta relatar cómo situación paradigmática el
fallecimiento de Jorge Rafael Videla, que según información pública tenía al
morir fracturas producidas en prisión que no habían recibido adecuado
tratamiento. Justamente por ser el mayor imputado, su juzgamiento debería haber
sido un ejemplo del respeto a los derechos humanos, las formas y los
procedimientos, que diferencian a un Estado vengativo de un Estado justo. Pero
si ni siquiera en este caso de segura repercusión se atendieron estas
cuestiones menos aún se les da importancia en el cuidado de la situación de los
cientos de detenidos de origen militar con condena o prisión preventiva.
Si las cuestiones enunciadas son
intrínsecamente oprobiosas en el contexto de una sociedad que pretende vivir en
estado de derecho, se alcanza el paroxismo cuando se trata el caso de los
cientos de militares, de policías y miembros de las fuerzas de seguridad y aun
de algunos civiles, que se encuentran imputados a pesar de que no tuvieron
relación con los hechos vinculados a su acusación. La cuestión es que después
de que fueron juzgados los miembros de las Juntas Militares y los altos mandos
que condujeron las operaciones y establecieron los procedimientos en la lucha
contra la subversión, el afán persecutorio se extendió sobre los oficiales de
baja graduación y suboficiales, elaborando razonamientos y argumentos ajenos a
las normas jurídicas pre existentes, que han llevado a los tribunales a los
imputados tan solo por ocupar cargos propios de su profesión o por participar
de operativos contra la guerrilla aun en tiempos de democracia. La falta de
objetividad y el respeto del principio de inocencia se hacen evidentes y solo
se traen a colación cuando se tratan casos de interés para el gobierno como
sucedió con el actual Jefe de Estado Mayor del Ejército demostrando una
inaceptable parcialidad.
Se han formulado acusaciones bien
concretas contra la animadversión evidenciada por jueces y fiscales y la
respuesta es que “al menos se les concede a los militares un juicio, cosa que
ellos no ofrecieron a sus víctimas”. Según esta aberrante línea argumental se
vuelve al concepto de que la gravedad de los crímenes de que se acusa a los
militares (sin presunción de inocencia) es tal, que ni siquiera es exigible un
juicio justo. Al llegar a este punto es necesario admitir que se hace
imprescindible un replanteo inmediato de este proceso acusatorio que ha
excedido los límites de la justicia para caer en las ciénagas morales de la
venganza.
Es en beneficio de la salud moral de
la república y la dignidad que merece nuestra sociedad, que ante la gravedad de
los hechos que describo, avalado por las denuncias de familiares y abogados
defensores que son sistemáticamente ignorados y desoídos, debería realizarse
una inmediata investigación de la situación procesal de los más de mil
detenidos en causas vinculadas a la violación de derechos humanos.
Dicha acción debería poner un tope a
las “prisiones preventivas perpetuas”, remitir a prisión domiciliaria a los
mayores de setenta años y a los aquejados de enfermedades que requieren
tratamientos que no pueden cumplirse en prisión y liberar de la acción penal a
todos aquellos oficiales y suboficiales que por su jerarquía carecían de toda
capacidad de decisión y contra los cuales no hay acusaciones personales.
Esto responde a un elemental respeto
a los derechos humanos que merece todo individuo y requiere una acción
inmediata, sin perjuicio del análisis de las cuestiones de fondo respecto de
las anomalías jurídicas de la figura de lesa humanidad, su aplicación
retroactiva, la valoración del contexto en el cual se desarrollaron las
acciones objeto de acusación y la asimetría en la consideración de guerrilleros
y militares a la hora de penalizar conductas.
He expresado que escribo este alegato
desde el punto de vista del dirigente político. No persigo por cierto con ello
conseguir votos para la próxima elección, ya que soy consciente de lo
políticamente incorrecto de mi posición en el actual contexto. Tampoco cuento
con que lo que expreso sea del agrado de los detenidos o sus familiares. Mi
objetivo es ofrecer a la sociedad argentina la oportunidad de modificar una
situación que en el futuro llevará a avergonzarse cuando los hechos que relato
cobren notoriedad y obliguen al remanido recurso de pretextar ignorancia.
Hoy, en nuestro país, se están violando los derechos humanos de un numeroso
grupo de detenidos y no hay excusa que justifique ese atropello.
Para asegurar que la información
llegue a quienes tienen que conocerla y actuar en consecuencia espero poder
hacer llegar este escrito a diversos protagonistas de la vida social:
A las autoridades de la Iglesia
Católica Argentina para que hagan visible su proverbial vocación por la defensa
de los derechos humanos.
A su santidad, el Papa Francisco, a
quien no puede privarse de conocer esta oprobiosa situación que se está
produciendo en su país de origen y que ya comenzó durante su episcopado.
A los Senadores y Diputados nacionales,
a pesar de la animadversión que muchos de ellos puedan sentir por los militares
que revistaban en actividad durante el período de gobierno militar, justamente
para que demuestren que su respeto por los derechos humanos está por encima de
la condición de quienes sufren su violación.
A las jueces de la Corte Suprema de
Justicia, quienes ya recibieron información por parte de familiares de los
detenidos pero que aún no han respondido ni actuado al respecto.
A los dirigentes de los partidos
políticos, grandes y pequeños, que consideren que la universalidad de los
derechos humanos no debe admitir parcialidad ni excepciones.
A los medios de comunicación, cuyos
eficientes e inquietos equipos de investigación han ignorado hasta el presente
estas situaciones que algunas veces aparecen tímidamente en alguna de sus
editoriales.
A las organizaciones defensoras de
los derechos humanos nacionales, para darles la oportunidad de demostrar que
sus principios no tienen límites ideológicos y a las extranjeras, que celebran
que en la Argentina se juzgue a los militares pero que callan ante las
denuncias de vicios de procedimiento y violaciones de derechos.
A todos ellos les pido que no teman
hacer oír su voz en defensa de una verdadera justicia y de los derechos humanos
del más excluido de los sectores sociales, el militar argentino, porque ningún
hombre o mujer de buena fe los acusará de complicidad ni de connivencia y
podrán evidenciar, en cambio, la pureza de sus convicciones.
Liberemos a la sociedad argentina del
oprobio de la injusticia, si queremos sinceramente dejar un legado cabal a las
futuras generaciones.
Buenos Aires, 14 de febrero de 2014
Juan Carlos Neves
Presidente de Nueva Unión Ciudadana
El pueblo argentino debe conocer la verdadera historia que tiñó de sangre a nuestro país en la década del '70. Nuestros hijos merecen saber la verdad y para ello debe hacerse verdadera justicia...
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