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"Líneas y Entre Líneas"...

... los invita a disfrutar , con otra mirada y con sus opiniones personales, de los encuentros y desencuentros en los distintos roles que hoy nos tocan vivir en la sociedad.

En este espacio, "La Educación" será el centro en torno al cual giren los distintos temas. A veces delirantes, otras veces reales, mutando de una expresión dura a una actitud tierna.

Así serán las interesantes propuestas y sugerencias hacia un mismo objetivo : "Convivir en Sociedad"


sábado, 1 de febrero de 2014

Sin familia no hay sociedad

Un problema preocupante
Sin familia no hay sociedad

Los llamados nuevos modelos de familia tratan de hacerse un hueco en la sociedad. Sin embargo, los expertos demuestran que hogares como los formados por parejas homosexuales, divorciados, etc. generan en los niños una serie de problemas que se traducen, a la larga, en dificultades a la hora de entrar a formar parte de la sociedad. Aunque no se puede ser categórico, hay una clara tendencia que demuestra que la familia -hombre y mujer abiertos a la vida- el único modelo de familia digno de tal nombre facilita el proceso de socialización. En España, el Gobierno de don José Luis Rodríguez Zapatero preparó varias leyes que potencian el incremento de esos llamados nuevos modelos. Las consecuencias se dejarán sentir, y muy gravemente, el día de mañana, porque es en la familia donde se forjan los ciudadanos
 
En 1994, Naciones Unidas celebraba el Año Internacional de la Familia. El logotipo diseñado para el evento representaba un corazón bajo un tejado, símbolo del amor en el hogar. Pero esta imagen no fue la primera que se presentó. El boceto original mostraba la silueta de un padre, una madre y un niño que se daban la mano. Las quejas no se hicieron esperar. Homosexuales, hogares monoparentales, divorciados y separados no se sentían identificados con ese emblema y, sin embargo, sí se llamaban a sí mismos familia. Esta anécdota, que recoge don Juan Manuel Burgos, profesor del Instituto Juan Pablo II, en el libro Conciliar trabajo y familia: un reto para el siglo XXI (Eunsa), ilustra el proceso de transformación que está sufriendo el modelo tradicional de familia.
 
 
Los divorcios ya no sorprenden

De hecho, hace unos años, el niño que tenía padres divorciados era centro de atención de sus compañeros, sorprendidos por tan extraña situación en el hogar. Hoy, ya ningún niño se inmuta ante un amigo con padres divorciados. Y, dentro de unos años, se oirán cosas como éstas: «Yo tengo dos papás y ninguna mamá»; «Yo tengo una mamá y no tengo papá, pero mi mamá tiene una novia que vive en casa». Son los llamados nuevos modelos de familia, estructuras que, si bien comparten un hogar, no siempre pueden ser calificadas como familia. Para el profesor Burgos, «la familia tiende a ser relativizada, deformada e identificada con realidades que muy poco tienen que ver con lo que el sentido común parece indicar [que es familia]. El caso extremo [sería el de] las uniones de homosexuales». Dice don José Ramón Losana, Presidente de la Federación Española de Familias Numerosas, que «familias monoparentales, divorciadas, uniones de hecho -del tipo que sean-, separadas, etc., han existido siempre y siempre existirán, de nuevas no tienen nada. La novedad está en querer equiparar a la familia con otras realidades convivenciales. Éstas deben estar amparadas por las leyes, pero no es justicia dar a todos lo mismo, sino a cada uno lo que le corresponde».
Además de las cuestiones éticas y religiosas, una de las más graves consecuencias de estas transformaciones en la estructura familiar es que está mutando la célula básica de la sociedad, y eso se dejará notar el día de  mañana. El padre Vicente Sastre, director del Instituto de Ciencias Sociales de Valencia, explica que «la institución social de la familia es un modelo de relaciones, papeles y estilos de vida que se sustentan en unos valores socialmente aceptados. Socialmente normalizan». Para don José Ramón Losana, «la familia funcional [llamada habitualmente tradicional] es la que da estabilidad a nuestra sociedad, es la que cumple las funciones que la sociedad espera de ella; así ha sido siempre, y así lo seguirá siendo. Por eso considero una torpeza y una injusticia defender políticamente la formación de familias que no son tal. La familia tiene sus fines y la sociedad los necesita para su subsistencia». SOS Familia explica que «la familia introduce al individuo en la sociedad, le provee los bienes materiales necesarios para su subsistencia, le protege en los riesgos de la existencia, le trasmite los valores culturales y le ejercita en el sacrificio, en el trabajo y en todas las virtudes domésticas que lo elevan y lo ennoblecen. Y aún en la edad adulta, la familia continúa ejerciendo gran influencia moral sobre el hombre, al que mantiene en la senda del deber y atrae al camino de la virtud y la dignidad».
La misma idea la explicaba la Conferencia Episcopal Española en su Instrucción pastoral La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad: «Las familias españolas han sabido responder en gran medida a los problemas de paro, enfermedad y drogadicción padecidos por alguno de sus miembros, por lo que merecen un gran reconocimiento y son motivo de esperanza en la superación de los problemas ante los que se enfrentan. Por el contrario, cuando no se ha dado el amparo de la familia, o cuando estos problemas han sucedido en familias desestructuradas, las personas se han visto en situaciones enormemente difíciles. Hoy en día, la ausencia de familias o su desestructuración se muestra como un grave peligro para el hombre. Este hecho es el que conduce a algunos a una gran miseria, a la marginación de la sociedad».
 
La familia también es la encargada de sostener demográficamente un país. En el caso de España, la situación es especialmente preocupante. Cada mujer española tiene, de media, 1,26 hijos, frente a los 1,47 que alcanza la Unión Europea. La pirámide de población apunta a las dificultades que tendrán las generaciones venideras para hacerse cargo de sus mayores. De hecho, el índice de fecundidad necesario para garantizar el reemplazo de la población es de 2,1.
Aunque no se debe ser alarmista -el 98,9% de los españoles sigue considerando que la familia es un valor básico, según datos de Eurostat-, merece la pena analizar este proceso de «degradación del modelo familiar único», en palabras de doña Mónica Fontana, profesora de Orientación y Terapia Familiar de la Universidad San Pablo-CEU. En su opinión, los llamados nuevos modelos de familia no son comparables con la familia porque no comparten con ésta los fundamentos básicos. Son, sencillamente, «nuevas formas de unión que nunca deberían llamarse familia».
El caso de las parejas homosexuales está de nuevo en la palestra porque el Gobierno de don José Luis Rodríguez Zapatero pretendió sacar adelante una ley que las equipare con los matrimonios. De ahí las protestas de la Iglesia católica, y de tantos otros, que no pueden aceptar como matrimonio una unión distinta a la de un hombre y una mujer, que está cerrada a la vida. El Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, en una Nota hecha pública este mismo verano y que Alfa y Omega recogió íntegra en sus páginas, expresaba que «las personas homosexuales, como todos, están dotadas de la dignidad inalienable que corresponde a cada ser humano. No es en modo alguno aceptable que se las menosprecie, maltrate o discrimine». Pero añadía que «tenemos el deber de recordar algo tan obvio y natural como que el matrimonio no puede ser contraído más que por personas de diverso sexo: una mujer y un varón».
Los homosexuales ahora luchan por lo que consideran su derecho a adoptar niños. Las voces que se alzan en contra de esta petición son firmes y llenas de lucidez: tener un niño no es un derecho, sino un don. Sin embargo, sí es un derecho para el niño tener un hogar donde pueda crecer física, mental y espiritualmente. Además, según doña Mónica Fontana, las uniones homosexuales se rompen cuatro veces más que las heterosexuales. Hace pocos meses, Canadá asistía al primer divorcio de una pareja de homosexuales que hacía escasos meses que habían decidido unirse.
 
Niños: no son conejillos de indias

Para doña Ana Moya, pedagoga del colegio madrileño San José de Cluny, el problema de los hijos educados por parejas homosexuales es que «es bastante terrible darles una visión tan pobre del amor humano. En las uniones homosexuales se pierde toda la grandeza del matrimonio: convivir, cooperar, complementarse, cada uno con sus particularidades, cosa que no ocurre con dos personas del mismo sexo, que además tienen una vivencia tan particular de la sexualidad. La adopción por homosexuales supondría privar al niño de los conceptos fundamentales de familia. Sin embargo -concluye esta experta en educación infantil-, Dios es grande y podrá suplir las carencias que tengan estos niños».
Lo más grave de esta situación es que se les utilizaría como conejillos de indias. Según la encuesta del CIS , elaborada ya con don José Luis Rodríguez Zapatero en la Moncloa, a pesar de la aparente aceptación de la población española del fenómeno de las parejas homosexuales, el 76,8% de los encuestados está poco o nada de acuerdo con que una pareja homosexual garantice mejor que una heterosexual el bienestar de los niños. Además, un 74,5% considera que lo más importante es el bienestar del niño.
Por otro lado, varios especialistas en psicología de la familia, infantil y pedagogía, consultados por Alfa y Omega, han coincidido al afirmar que, a pesar de la falta de datos empíricos, no es descabellado aventurar que los menores sufrirán las consecuencias de estar educados en un ambiente que no es el habitual, es decir, con un padre y una madre. Dice la madre Begoña Crespo, que dirige al equipo de orientación del colegio de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, en Madrid, que, «en un matrimonio bien organizado, el hombre y la mujer se complementan; ¿dónde estará esta complementación en una pareja donde los dos son iguales?» La profesora Fontana considera que, en un ambiente homosexual, al niño se le imposibilita «acceder a su propia identidad personal». Argumenta que, si hoy se pasa por situaciones como ésta, «llevado al extremo, llegaremos a aceptar el incesto».
Se puede vivir en un hogar que no tenga padre o madre, como explica doña Ana Moya, pero, indudablemente, no es el mejor clima para el desarrollo de un niño. Según un estudio que recoge Judith Wallerstein en el libro El legado inesperado del divorcio, tras analizar la vida de 100 niños durante 25 años, se llegó a la conclusión de que los hijos de divorciados esperan que sus relaciones de pareja no funcionen, se angustian con el miedo a la pérdida y con el sentimiento de soledad.
En palabras de Juan Pablo II, los matrimonios rotos son «un cáncer de la sociedad». Según datos de 2003 facilitados por el Instituto de Política Familiar, en ese año se produjeron 121.968 rupturas, un 6% más que en 2002 y un dramático 18% más que en 2001. El número de separaciones ascendió a 76.520; y el de divorcios, a 45.448.
Doña Ana Moya asegura que la mayoría de los casos en los que un niño tiene problemas de aprendizaje, está relacionado con una separación de sus padres, opinión compartida por la madre Begoña Crespo. Aun así, las dos pedagogas coinciden en que, si los padres son suficientemente responsables como para mantener el respeto a pesar de estar separados, seguir aplicando criterios comunes en la educación de los hijos y no abandonar el diálogo en este tema, los niños no acusan tanto esta situación atípica. Lo peligroso, según la señora Moya, «son los intentos de compra por parte de los padres separados, que desestructuran al niño. Siente que él tiene las riendas y está desquiciado porque no sabe manejarlas». Para la madre Begoña Crespo, lo importante es que los niños «no reciban escándalo dentro de sus casas. No se les educa por sermones, sino por lo que ven, que es lo que imitan».
En los últimos años, el divorcio parece haberse convertido en la panacea para todos los problemas del matrimonio. Ante cualquier diferencia, por pequeña que sea, las parejas se separan sin plantearse ni siquiera si habrían podido superar el bache. Esta tendencia se percibe también en que cada vez se prefieren más las uniones de hecho frente a los matrimonios. Dice monseñor Juan Antonio Reig Pla, obispo de Segorbe-Castellón y Presidente de la Subcomisión episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española, en un libro editado por la asociación SOS Familia, que ciertas «corrientes de pensamiento, leyes, modelos de vida y de comportamiento, parecen querer deformar o destruir la familia fundamentada en el matrimonio». Pareja y familia ya no se consideran dos conceptos unidos. Para Jennifer Roback Morse, investigadora de la universidad de Stanford, «en el centro del problema yace una nueva y moderna definición de libertad, de acuerdo con la cual una persona es libre si es completamente ajena a las relaciones humanas. (...) Una mujer es libre sólo si no pretende tener una relación con un esposo. (...) Las relaciones maritales incondicionales o las relaciones de pareja constituyen un atentado al concepto moderno de libertad personal». En esos hogares, aunque traigan niños al mundo, no se percibe un proyecto común.
Las parejas casadas no están exentas de estos problemas. De hecho, cada vez es más frecuente la familia laissez-faire, un modelo en el que cada «individuo persigue su propio interés», explica la señora Jennifer Roback. La familia laissez-faire no funciona, «está probado que las incorrectas aplicaciones del razonamiento económico en la vida familiar destruyen la felicidad de los hogares».
«Hoy, todo se ha invertido -afirma la guía que ha publicado SOS Familia, titulada La familia en peligro: amenazas y soluciones-. Como tipo del hombre libre se tiene al hippy o al punk que deambula sin rumbo. Por el contrario, se tiene por atado, no libre, a quien vive en la obediencia a las leyes de Dios y de los hombres».
La madre Begoña Crespo, cree que gran parte del problema está en los jóvenes que, a pesar de que cada vez tardan más en casarse, llegan al matrimonio sin la suficiente madurez afectiva. La consecuencia es que aún no tienen capacidad ni voluntad para entregarse al otro. Entonces, en ocasiones reaccionan con comportamientos más propios de los adolescentes. En la reciente Carta sobre el papel del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo, la Congregación para la Doctrina de la Fe lo explica con especial claridad: hasta hace unos años, hombre y mujer, diferentes, se complementaban en el matrimonio. Pero ahora, con la obsesión por igualar al hombre y a la mujer, la relación entre los dos sexos se ha convertido en una especie de competición en la que uno sólo da en la medida en que recibe del otro. Como ejemplifica la madre Begoña Crespo, en las parejas modernas, donde sólo se da en la media en que se recibe, parece que sólo se puede aportar el mínimo común múltiplo.
La relación entre hombre y mujer se considera como algo diferente de la familia. Como consecuencia, «no hay criterio común porque muchas parejas se meten en la vida sin haberse planteado el porqué y el para qué de esa relación», dice doña Ana Moya. La consecuencia es que los padres ya no marcan el camino a sus hijos. Y los hijos, que a ciertas edades son acríticos con las decisiones de los padres, necesitan sentir la seguridad de las decisiones de sus progenitores. «La autoridad paterna -explican en SOS Familia- es una cosa justa, pero puede haber excesos. Esto no es una razón para eliminar esa autoridad, que es insustituible. Es una razón para hacer todos los esfuerzos destinados a persuadir a los padres de no abusar de ella». Para doña Ana Moya, el problema es que, «en la sociedad, la autoridad está puesta en duda. Si en la familia no hay autoridad, en la escuela tampoco hay armas para luchar». Dice la Madre Begoña Crespo que «la autoridad se adquiere cuando hay un modelo que no sea reprochable para los hijos. Sin autoridad moral, no se puede hacer absolutamente nada. De nada sirve que un padre le diga a su hijo que no dé portazos o que no chille, si él mismo grita y da portazos». Para don José Ramón Losana, tener autoridad implica «ser exigente, coherente, honesto y, sobre todo, estar muy pendiente de nuestros hijos, y no siempre estamos dispuestos a renunciar a nosotros mismos, a predicar con el ejemplo, a hacer nosotros lo que vamos a pedirles que hagan».
 
 
 
«La sociedad de mañana va a necesitar mucho policía, mucho psicólogo y mucho psiquiatra»
El padre Vicente José Sastre García, sociólogo y director del Instituto de Ciencias Sociales de Valencia, responde a las preguntas de Alfa y Omega sobre los nuevos modelos de familia:
 
¿En qué afectan los nuevos modelos de familia a la sociedad? ¿En qué va a cambiar?
Los psicólogos y los psiquiatras preguntan por la infancia cuando inician una terapia de personalidad. Una infancia escasa en comunicación o distorsionada por los problemas de los padres produce personalidades inmaduras, propensas a la depresión, a la violencia y la insolidaridad.
La sociedad del futuro, con la crisis actual de la familia, va a necesitar mucha policía, muchos psicólogos y psiquiatras, muchas leyes antiviolencia... Pero vamos a una sociedad represiva si se quiere garantizar sólo el bienestar individual. El problema es mayor si pensamos que podemos tener profesionales, directores de empresas, políticos etc. que no sean personas equilibradas, por no haber tenido una infancia socializada en las buenas relaciones con los padres, o simplemente una sociedad ampliamente marcada por familias inestables. La familia en la actualidad está perdiendo muchas de sus funciones socializadoras y de formación de la personalidad de los hijos. Esto se produce principalmente por los escasos espacios de comunicación entre los miembros de la unidad familiar. Los miembros de la familia son cada vez más extraños unos para otros.

En realidad, los nuevos modelos de familia han existido siempre, ¿por qué nos damos cuenta ahora?
Siempre han existido lo que la sociología tradicional llamaba comportamientos desviados. El problema actual es que ya no sabemos dónde está lo normal y dónde lo desviado.

En cuanto a las parejas homosexuales, ¿hay ya algún estudio sobre ellos? ¿Se les puede llamar familia, como ellos piden?
El concepto de familia y lo que se entiende por tal en el lenguaje normal comprende no sólo el hecho universal de la complementariedad entre el hombre y la mujer. A ello se añade el fruto normal de un proyecto común de vida y amor, que son los hijos. Llamar familia a una pareja de homosexuales puede ser un despropósito y una confusión. Jugar con las palabras es pervertir las realidades. Que dos personas del mismo sexo quieren vivir juntas es aceptado en una sociedad de derechos individuales. Habría que pensar si nuestras sociedades occidentales, con la insistencia en lo derechos individuales, no olvidan los derechos sociales, culturales y otros derechos propios de una sociedad en su conjunto.

Los homosexuales piden adoptar niños, ¿cree que sería negativo para los pequeños?
El niño tiene derecho a tener una familia. Si no la tiene, una sociedad que proteja los derechos de los niños debe considerar alguna forma de suplencia. Pero el derecho a tener un niño es otra cosa. El niño no es un medio, sino un fin. La adopción no es, por tanto, un derecho, sino un medio para que los niños que han perdido a sus padres, o han sido abandonados, puedan tener una familia. Creo que sería negativo para los niños que, pudiendo tener padre y madre, tuvieran como referencia dos personas del mismo género.

Parece que los padres han perdido autoridad sobre los hijos, ¿por qué?
Para contestar con brevedad: no tienen tiempo para hablar con sus hijos. Hablar con un hijo es escuchar, tener paciencia y enseñarle a razonar. Hay más autoritarismo que autoridad. Ante el problema de un hijo, se quiere una solución rápida cuando no una evasión. Las soluciones con los hijos no pueden ser ni rápidas ni evasivas. Mucho menos injustas por comodidad.

¿Cree que influye en todos estos cambios el hecho de que las familias ya no dejen entrar a Dios en sus casas?
Cuando la idea de Dios entra en la conciencia nace una responsabilidad superior. El respeto a la dignidad del otro tiene nuevos argumentos. Todos los seres humanos son objeto de responsabilidad activa y pasiva. No se pueden hacer experimentos bajo el lema de la utilidad o el propio provecho o negocio. No se puede comerciar con los sentimientos ajenos, ni dejar caer al más débil a la orilla del camino. Cuando la idea de Dios entra en una conciencia, deja de ser prepotente y siente entrañas de misericordia. Hoy se siente por muchos la tentación de desalojar a Dios de las conciencias y de las familias. Grave error. Hay experimentos para los que que no está en nuestra mano la marcha atrás. A Dios se le puede echar de la conciencia, o de la casa, pero no se le puede obligar a entrar de nuevo.

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