GEORG GÄNSWEIN: "MI PRIMERA REACCIÓN FUE: '¡NO, SANTIDAD, NO PUEDE HACER ESO!'"
Peter Seewald
- Por primera vez en la historia, una misma persona atiende a dos papas.
- El hombre de confianza de Benedicto XVI es ahora también el secretario del papa Francisco.
- Charlamos con él, la persona que mejor conoce las entrañas del Vaticano.
Georg Gänswein, entre los Papas Francisco y Benedecito XVI.
El camino que ha recorrido este hombre ha sido largo. Hijo de un herrero, nació hace 58 años en un pueblecito alemán de 450 habitantes, en la Selva Negra. Hoy es arzobispo y prefecto de la Casa Pontificia en el Vaticano.
Georg Gänswein recibió pronto la llamada de la vocación.
Tomó la decisión de hacerse sacerdote con solo 18 años y quienes lo conocen hablan con admiración de su mente afilada. En la actualidad, este arzobispo es al mismo tiempo secretario privado del Sumo Sacerdote Francisco y del Papa emérito, Benedicto XVI. Lleva la agenda de ambos y filtra de entre el alud de cartas, llamadas y peticiones de audiencia aquellas que serán contestadas y admitidas. El camino que conduce a cualquiera de los dos Papas siempre pasa por él.
XL Semanal. Su nuevo jefe no vive en el apartamento pontificio, lleva zapatos normales y conduce coches baratos. ¿Hay un revolucionario antisistema sentado en el trono de Pedro?
Georg Gänswein. No. Los que estamos en contacto constante con el Papa Francisco hemos aprendido a diferenciar entre la imagen externa y su personalidad real. Su impronta jesuita ya de por sí va en contra de lo de 'revolucionario' y del concepto 'anti'. En cuanto a los zapatos, no deja de ser una cuestión estética. Además, sería un esfuerzo vano tratar de convencerlo de que, tanto desde una perspectiva visual como de la tradición, probablemente lo más correcto sería amoldarse a la línea de su predecesor.
XL. Si hay algo que Francisco no ha permitido, es que nadie le diga lo que tiene que hacer.
G.G. La verdad es que yo nunca le he impuesto nada al Papa. ¡Ni sé cómo podría hacerlo! El paso del anterior pontificado al actual fue todo un desafío. Pero ahora me entiendo tan bien con el Sumo Pontífice como con el emérito.
XL. Sin embargo, da la sensación de que muchas de las cosas que eran habituales con Benedicto faltan ahora en Francisco: la precisión en la palabra, la riqueza de la tradición...
G.G. Ambas personalidades son totalmente diferentes. El Papa Francisco es un hombre de gestos y hace cosas que no se esperan de un pontífice. A Benedicto se le escuchaba, y así era como su palabra llegaba. Con Francisco, la gente primero quiere ver cómo se desenvuelve, cómo afronta su tarea. Es un hombre que entiende que hay que dirigirse a la persona en su conjunto, no solo al intelecto. Si el entusiasmo que el nuevo Papa ha despertado se mantiene, es algo que se verá con el tiempo.
XL. Usted tuvo elección. Pudo decidir si quería o no servir a los dos papas.
G.G. Yo no busqué este doble trabajo, vino a mí. Ahora asumo ambas realidades e intento armonizarlas.
XL. Durante el día es prefecto con el Papa en activo; por la noche, secretario privado del Papa emérito y vive con él en el monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines del Vaticano.
G.G. En la misma casa viven también las monjas de Memores Domini, que ya lo asistían durante su pontificado. Es una convivencia familiar, igual que antes, pero sin la presión de la responsabilidad. Y eso se nota, por supuesto. Benedicto se ha vuelto aún más tranquilo, más bondadoso. Ya no se siente oprimido por la carga del pontificado. Naturalmente, el paso de los años también se nota. El Papa emérito es un anciano, pero mantiene una mente lúcida y el mismo sentido del humor de siempre.
XL. Han circulado todo tipo de versiones sobre los motivos de su renuncia. Algunos afirman que fue el escándalo del Vatileaks lo que lo llevó a ello. Antes que nada, ¿cómo recuerda usted aquel 11 de febrero de 2013?
G.G. Fue un día como los demás. Empezó con la misa, luego siguió el breviario y a continuación el desayuno. Nunca tuve la impresión de que el Papa estuviera nervioso. Cuando más tarde lo ayudé con los ropajes litúrgicos que llevaría para el consistorio la muceta, el roquete, la cruz pectoral y la estola, ya le noté cierta inquietud. Luego se dirigió a la sala donde estaban reunidos todos los cardenales.
XL. Por cierto, se dice que muchos cardenales, al principio, no se enteraron porque no entendían bien el latín.
G.G. No fue exactamente así. El consistorio se había convocado para anunciar varias canonizaciones. Las sillas de los 70 cardenales estaban dispuestas en forma de herradura delante del Papa. El desconcierto comenzó cuando empezó a hablar en latín: «Estimados señores cardenales, no les he convocado únicamente para hacerles partícipes de la canonización, sino que tengo otra cuestión importante que comunicarles». Todos estaban agitados. «¿Qué sucede?», se decían. Cuando Benedicto continuó leyendo la declaración, que él mismo había redactado, algunos se quedaron petrificados. Se miraban y se preguntaban: «¿Lo habré entendido bien?».
XL. Según creo, la decisión de retirarse ya la había tomado en agosto de 2012. Su médico personal afirmó que no podría resistir otro vuelo transatlántico. Y el Papa tenía en ciernes la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río. En una de las entrevistas que mantuve con él, el propio Santo Padre me dijo que aquello le había hecho ver que tenía que retirarse a tiempo «para que el nuevo Papa pueda tener una etapa de rodaje antes de ir a Río». ¿Intentó usted hacerle cambiar de opinión?
G.G. El Sumo Pontífice me contó su decisión en la forma en la que usted lo ha descrito. Mi primera reacción fue: «¡No, Santidad, no puede hacer eso!». Pero aquellas fueron palabras dichas desde el afecto. Enseguida, me di cuenta de que no me lo había contado para que lo ayudase a tomar la decisión, sino que me estaba comunicando una resolución que ya había adoptado en firme.
XL. Usted fue una de las cuatro personas que conocían el secreto.
G.G. Cuando el Papa me desveló lo que tenía pensado hacer, me obligó a mantenerlo bajo el compromiso de silencio. Se podrá imaginar que no me fue nada fácil, hubo situaciones en las que aquello casi me desgarraba por dentro.
XL. Benedicto XVI aseguró que su decisión no tuvo nada que ver con Vatileaks. El Papa explicó que su retirada se debía a la disminución de sus fuerzas. ¿Vio en el sufrimiento de Juan Pablo II un mensaje personal del anterior Papa, algo a lo que en cierto sentido él no estaba obligado?
G.G. Creo que lo ha interpretado usted de la forma correcta. El pontificado de Juan Pablo II duró 27 años. El de Benedicto XVI, apenas ocho, es decir, menos que el tiempo que se prolongó el padecimiento de Juan Pablo II. Llegó a la conclusión de que continuar en el cargo hasta terminar como lo hizo su predecesor, o imitarlo de alguna manera, no era lo que le correspondía a él.
XL. ¿Cómo fue el 28 de febrero de hace un año, cuando salió del Vaticano en helicóptero con dirección a Castel Gandolfo?
G.G. El día se fue haciendo más triste de hora en hora. Sobre todo, cuando dejamos el apartamento pontificio. Primero bajamos en ascensor al patio de San Dámaso, donde se habían reunido espontáneamente muchos de los empleados, algo que nosotros no sabíamos. Luego seguimos en coche hasta el helipuerto. Reinaba un silencio elocuente mientras sobrevolábamos la ciudad. Se me hizo muy penoso. Sentí un dolor intenso. Y la expresión natural del dolor son las lágrimas.
XL. El primer acto del sucesor de Benedicto fue llamar por teléfono a su predecesor, aunque no consiguió hablar con él.
G.G. Ocurrió de la siguiente forma: el sustituto y el secretario de la Segunda Sección de la Secretaría de Estado, así como el prefecto de la Casa Papal, en este caso yo, tienen el derecho y la obligación de prestarle al Pontífice juramento de obediencia inmediatamente después de su elección. Así que aguardé mi turno y me dirigí hacia Francisco, que me saludó y me dijo: «Me gustaría llamar al Papa Benedicto. ¿Cómo puedo hacerlo?». «Muy fácil le contesté, tengo el número. ¿Cuándo?». «Enseguida». Y así lo hicimos, pero nadie contestó en Castel Gandolfo. «¡No puede ser!», me dije. Llamé a uno de nuestros guardias destacado allí y le pedí que, por favor, se acercara a ver qué pasaba. Pero tampoco respondió nadie cuando llamó a la puerta. Al segundo intento sí lo conseguimos. El motivo fue que el Papa Benedicto, su segundo secretario y las memores estaban viendo la televisión y no oyeron nada.
XL. Benedicto pensaba que su sucesor sería otro. «Cuando escuché el nombre me contó, al principio no estuve muy convencido. Pero cuando vi cómo hablaba con Dios y cómo con los hombres, me sentí feliz». ¿Cómo lo vivió usted?
G.G. Cuando escuché, y luego vi con mis propios ojos, sobre quién había recaído la elección, mi primer pensamiento fue: «¡Qué sorpresa!». Y lo fue en muchos sentidos. Un hombre que no era de Europa, no estaba entre los favoritos... A todo esto se sumaba que pertenecía a una orden religiosa: ¡un jesuita!, ¡y, además, el primero! ¡Era para estar sorprendido!
XL. ¿El Papa Francisco trae una forma distinta de religiosidad?
G.G. Francisco trae consigo una musicalidad religiosa que nosotros, en Europa, tenemos que recuperar, que volver a aprender. Y eso es algo que solo puede hacernos bien. La alegría religiosa que allí se percibe es un gran regalo para nosotros en Europa.
XL. ¿Habla usted con el 'viejo Papa' sobre su sucesor?
G.G. Cuando vives con alguien, conversas de todo; eso está claro. Yo expreso mi opinión abiertamente y sin reparos, y Benedicto contesta con la misma franqueza.
XL. Parece que el Papa nuevo y el viejo se entienden bien. Benedicto me aseguró en una entrevista que no tenía ningún problema con el estilo de Francisco: «Al contrario, me parece bien», me dijo. Esto sorprenderá a bastantes personas.
G.G. A mí también.
XL. En muchos aspectos, el Papa Francisco no dice nada diferente de lo que dijo Benedicto. Sin embargo, se los presenta como si tuviesen personalidades opuestas.
G.G. En mi opinión, eso es algo simplista. No hay que pasar por alto que el Papa Benedicto tuvo que afrontar graves problemas y que no lo hizo pensando en cómo se recibiría fuera, sino pensando en la verdad, en hacer lo correcto. Estoy convencido de que, en caso del Sumo Pontífice Francisco, tampoco será de otra manera, lo único es que todavía no ha tenido ocasión de dar prueba de ello. En cualquier caso, no los veo como opuestos, sino como complementarios.
XL. ¿No le parece que muchas veces lo que se hace es simplemente hablar bien de Francisco, como si se quisiera edulcorar su imagen, una especie de hagamos un papa como el que nos gustaría tener?
G.G. El rasgo principal que, a día de hoy, caracteriza la percepción pública de la figura del Papa Francisco es la admiración, incluso diría que el entusiasmo. Pero ¿todo lo que él dice se percibe también así? Mi impresión es más bien que a sus palabras se les atribuyen todo tipo de interpretaciones. Todos creen que pueden reclamarlo para sí. Evidentemente, llegará el día en el que se acabará separando el grano de la paja.
XL. Benedicto XVI nombró a un protestante presidente del Consejo Científico papal. Bajo su pontificado, un profesor musulmán enseñó el Corán en la Universidad Gregoriana. También comió lasaña con los sintecho y visitó a jóvenes en prisión. Expulsó a cerca de 400 sacerdotes por estar relacionados con abusos sexuales. Pero todo esto apenas ha llegado a la opinión pública. ¿Se negó Benedicto a hacerlo porque se opone a toda forma de efectismo o es que simplemente se le ha 'vendido' mal?
G.G. Benedicto es un hombre contrario al culto a la persona. Nunca le ha dado ningún valor a saber venderse. El hecho de que el trabajo de prensa no siempre fuera el óptimo es algo de lo que extraer enseñanzas para hacerlo mejor en el futuro. La opinión pública percibe lo que le transmiten los medios de comunicación. Que eso se ajuste a la realidad apenas juega papel alguno.
XL. ¿El camauro, ese gorro rojo con el ribete de armiño blanco, fue un error?
G.G. No fue idea mía, y tampoco me entusiasmó. Simplemente se buscó un gorro para que el Papa pudiera llevarlo en invierno. Y aquel día se lo puso porque durante la audiencia general hacía mucho frío y el viento soplaba con fuerza en la plaza de San Pedro. Pero eso bastó para reproducir la imagen una y otra vez y para decir: «Mirad, es un papa que quiere llevarnos al pasado, a la Edad Media». Un absurdo.
XL. Hablemos de la última polémica: el cuestionario que el Vaticano ha elaborado sobre la aceptación de la doctrina moral católica...
G.G. La idea de la encuesta surgió con la vista puesta en el sínodo que tendrá lugar en Roma en octubre. La Secretaría del sínodo ha enviado un cuestionario a los obispados de todo el mundo como preparación para este importante encuentro con la intención de sondear cómo está el panorama en lo que son 'las verdaderas bases'.
XL. ¿Es que no se sabe?
G.G. Yo creo que sí, pero no hay nada malo en tomar una fotografía de la situación actual como preparación para el Sínodo de la Familia. De esa forma se consigue un punto de partida sólido, realista, sobre el que empezar a trabajar en octubre. Una encuesta no es ni mucho menos un instrumento para imponer determinadas concepciones.
XL. ¿Se encontrará Francisco con un problema?
G.G. Si su pregunta se refiere concretamente al sínodo, entonces sí, es posible. El Papa Francisco se está viendo expuesto a una presión enorme debido a las expectativas que ha despertado. Desgraciadamente, a esto han contribuido algunas indiscreciones. Si no se satisfacen esas expectativas, la situación podría cambiar rápidamente.
XL. Volviendo a Benedicto XVI: ningún otro pontífice moderno ha cambiado el papado tanto como él. Lo inauguró recuperando la tiara del escudo papal y lo cerró con su renuncia, la primera dimisión en la historia de un papa que estuviera en auténtico ejercicio de su dignidad. En el momento final, el filósofo de Dios se ha dirigido allí donde el intelecto solo no basta: se ha vuelto a la oración, a la meditación. ¿Esto también constituye un mensaje?
G.G. Sí, un mensaje muy fuerte y muy claro. La Iglesia no solo se gobierna mediante decisiones, también mediante la oración. En la última etapa de su vida como «peregrino terrenal» así es como el propio Benedicto se definió en su discurso de despedida en Castel Gandolfo quiere acompañar y apoyar a la Iglesia y a su sucesor desde la oración.
Francisco
"Su actitud no es una estrategia. Es así: directo y sencillo"
Es un hombre muy directo, muy sencillo y muy auténtico tanto ante las multitudes como en las audiencias privadas. No es una forma de ganar puntos, no es una estrategia. El Papa es tal y como se muestra. Francisco no está cambiando la esencia del papado. Sí ciertos aspectos concretos relacionados con el día a día. Hay que darle al Papa margen de maniobra, la libertad de hacer las cosas de una forma diferente a sus predecesores. Además, a mí no me supone ningún problema que el Papa Francisco lleve él mismo su maletín o que haga esto o aquello de una forma distinta».
Benedicto XVI
"La verdadera revolución fue su renuncia"
El Papa emérito es un hombre tímido. Se ha hablado mucho de revolución en el Vaticano tras el último cónclave, es decir, con el comienzo del nuevo pontificado. Pero lo verdaderamente revolucionario fue la decisión de Benedicto de renunciar como sucesor de Pedro. Eso fue lo decisivo. Y solo ahora estamos viendo la enorme relevancia que tuvo. Ha habido 267 papas y ninguno de ellos ha sido exactamente igual que su antecesor. Hay que valorar a los distintos papas como sucesores de Pedro, y no medirlos por comparación con otros sumos pontífices».
Mi vida antes del vaticano
Mi padre administraba una herrería que pertenecía a la familia desde generaciones. Mi madre era ama de casa. Quizá entre los 15 y los 18 años fuera un joven rebelde. Escuchaba a Cat Stevens, Pink Floyd y otros artistas famosos de aquella época. Llevaba una melena bastante larga. A mi padre no le gustaba, así que de vez en cuando discutíamos. Para pagarme mis estudios trabajé como cartero. Nunca tuve una relación estable. Sí pequeñas y románticas amistades juveniles. Al principio quería ser corredor de Bolsa. Pensaba que podía hacer dinero muy rápido. Luego pensé: '¿Y después?'. Así empecé a buscar... Así llegué a la Filosofía y a la Teología y fui avanzando hacia el sacerdocio paso a paso».
Los dos Papas hablan por teléfono y se escriben
Puedo contar una historia muy bonita, comenta el arzobispo el canal alemán ZDF. Francisco concedió una entrevista a una revista jesuita y, cuando recibió el primer ejemplar de la publicación, me la entregó y me dijo que se la llevara a Benedicto XVI, que le pidiese que anotara todas las críticas que se le ocurrieran y que luego me la devolviera. Tres días después, Benedicto me dijo que tenía cuatro páginas y me pidió que se la llevara, por favor, a Francisco; sí, el Papa emérito había hecho sus deberes... Había leído la entrevista y le transmitía a su sucesor algunas reflexiones. Naturalmente, no voy a decir cuáles. La comunicación entre ellos se da de muchas formas; por escrito, pero también por teléfono. Hace poco, para el cumpleaños del Papa Francisco, que es el 17 de diciembre, quería invitar a comer a Benedicto XVI en Santa Marta, pero estaba llena de gente y pareció mejor dejarlo para después de Navidad, que sería más discreto. Para muchos, ver dos papas comiendo juntos sería demasiado...».
"Ser Papa después de Juan Pablo II"
Se ha especulado mucho sobre si Juan Pablo II quería que el cardenal Ratzinger fuese su sucesor apunta el arzobispo. Yo no lo sé. Juan Pablo II es una de las personas más apreciadas, si no la que más, por Benedicto XVI». Para algunos, Benedicto tuvo mala suerte al ser elegido Papa tras una figura del calibre de Juan Pablo II. Sobre eso, Gänswein afirma: «El Espíritu Santo manda al Papa en el momento justo, y esto vale para Juan Pablo, para Benedicto y para Francisco. Después del larguísimo pontificado de Juan Pablo II, vivido en plena fuerza durante los primeros veinte años, y tras los años de sufrimiento (público, visible y perceptible), se convirtió en Papa una persona que vivió durante 23 años al lado de Juan Pablo como ningún otro cardenal. No creo que Benedicto haya sido desafortunado. Habría sido difícil para quien hubiera sido elegido».
XL Semanal20/04/2014 - 00:00