Una reflexión ante hechos que no se pueden aceptar...
Teoría del linchamiento
Una mirada provocativa sobre la justicia por mano propia. La falta de expectativas como disparador.
Por Omar Bello
LINCHAMIENTOS. Escenas que el relato K no sabe explicar.
En su libro “La Piel”, Curzio Malaparte describe cómo sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial, Italia se va convirtiendo en un país caníbal capaz de las peores miserias (entre ellas el linchamiento). Lo curioso es que la degradación aparece cuando los italianos –quienes venían soportando con dignidad la dictadura de Benito Mussolini y el horror de una conflagración en la que habían sido “tirados” a la fuerza por los delirios de su líder, juguete de Adolf Hitler– comenzaban a liberarse del yugo opresor.
Igual que acá con el cuento de la ausencia del Estado y su influencia en los linchamientos callejeros que se vienen produciendo, durante años la obra de Malaparte fue leída desde una perspectiva que parecía cerrar por todos lados: los yanquis, quienes ingresaron con el fin de liberar, barra de chocolate en mano (era el lujo asiático durante la guerra), corrompieron más que cualquier dictadura anterior.
Con el tiempo, ni bien dejaron de mirarse el ombligo y se permitieron cierto grado de autocrítica, buena parte de la sociedad italiana entendió que sus miserias brotaron al agonizar la pesadilla fascista. Lejos de acelerarse por la ausencia de ese Estado dictatorial que era una especie de “padre”, la degradación puso quinta ante la frustración del proyecto llamado fascismo.
Los linchamientos en cadena, que no parecen respetar áreas geográficas ni niveles sociales porque van de Rosario a Palermo, son contemporáneos a la agonía del proyecto K que, al igual que la ideología de Don Benito, tuvo altos y bajos pero gracias a la recuperación económica contó con el favor de buena parte de la sociedad criolla. Aunque la viudez puede haber influido en nuestras decisiones, la carrada de votos que recibió Cristina Kirchner significó algo más que conmoción ante su viudez y lástima por los vestidos negros que usó durante dos años largos.
Sin duda, en consonancia con los italianos de los 30 y 40 que entronizaron a Mussolini, nos sentimos representados por una mirada populista que además de reivindicar ciertos derechos progresistas, permitió que nos compráramos autos, cacharros domésticos y televisores HD.
Obvio que el cansancio por la violencia desmedida, en el contexto de un gobierno que evitó por una década la palabra inseguridad y tiende a resaltar las garantías de los malvivientes, altera y estimula comportamientos antisociales. Sin embargo, en especial la clase política debería recordar que los países se desintegran por carencia de futuro, y lo que estamos viendo no obedece a la ausencia del Estado sino que responde a la falta de horizontes que, por especulación o incapacidad, aquellos que tienen chances de quedarse con el poder en el 2015 no están instalando.
Mientras pensemos que la costumbre de linchar obedece al hartazgo de los ciudadanos que no soportan la violencia creciente, y sigamos presentando testimonios de víctimas que, dada su situación emocional, tienen el derecho a decir cualquier cosa o proponer soluciones que no pueden ser refutadas desde lo racional, el escaso margen de civilización que nos queda está en riesgo.
En los setenta, la frustración por el fracaso del peronismo, derivó en una guerra interna que nos causó muchas muertes de ambos lados. La hiperinflación de Alfonsín instaló el famoso “roban pero hacen” que derivó en dos décadas de tolerar políticos corruptos que solo se encargan de reivindicar su supuesta eficiencia y llenarse los bolsillos de oro; por no hablar del período post De la Rúa en el que fuimos pioneros en eso de sentirnos indignados y decir “que se vayan todos”.
Pues bien, esta vez parece que elegimos matarnos los unos a los otros, como si la angustia frente a un nuevo “cuento del tío” que termina en la aplicación de políticas ortodoxas y corrupción, nos habilitara a un nuevo tipo de barbarie.
“Eran los días de la peste en Nápoles”, escribe Malaparte en “La Piel”. Curioso, ya que estaba relatando un período histórico que en el fondo representaba una enorme oportunidad. Nos convertimos en criminales debido a la frustración de no encontrar quién nos contenga en el futuro cercano, no por ausencia de Estado o reacción ante la violencia desmedida.
(El autor es filósofo y publicista
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