La experiencia y los conocimientos de una persona se forman a través de los pequeños y grandes acontecimientos que han formado su vida. Una vida rica en vivencias facilita a la persona una serie de aprendizajes y recursos que le ayudan a afrontar las distintas situaciones de la vida cotidiana. Pero aparte del proceso de aprendizaje de cada uno, lo que más diferencia a unas personas de otras son las distintas experiencias vividas por cada individuo.
Una de las experiencias más enriquecedoras es viajar, sin lugar a dudas. Viajar es una escuela a la que todos tenemos acceso pero a la que pocos acuden. Viajar es salir de las cuatro paredes de siempre y de cambiar de aires, aunque sea por un instante.
El dramaturgo italiano Carlo Goldoni decía que “el que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios.” Viajar te ayuda a abrir tu mente al exponerte a diferentes culturas y distintos modos de entender y percibir la vida. Gracias a ello, personalmente, puedo asegurar en términos generales, sin necesidad a recurrir a tópicos que los irlandeses son atrevidos y despreocupados; los alemanes (además de ‘cabezas cuadradas’) son personas que anhelan ese sentimiento de libertad que tenemos los españoles (aunque no lo reconozcan en público); los escandinavos son curiosos y aventureros; los australianos son algo narcisistas; y los mediterráneos somos bastantes ruidosos y de ‘buen vivir’, por no decir, que somos muy fiesteros.
Un aeropuerto es un mundo entero, un universo de culturas, de maneras de pensar y de nuevas tradiciones y costumbres que invitan a uno a buscar nuevas fronteras.
Una vez que se conoce un país, o incluso una región del territorio nacional, ya no se es indiferente a lo que le sucede: un accidente, un atentado, un incendio, un terremoto o una catástrofe de cualquier tipo, lo ves con distintos ojos. Recuerdas a las personas que allí conociste, recuerdas el paisaje y sabes cómo es el lugar que ahora sufre.
Cada viaje te da algo diferente. Unos te sorprenden con su naturaleza, otros con su cultura, otros con su gastronomía, otros con su gente, etc. Todo viaje te aporta alguna experiencia.
Una de las experiencias más enriquecedoras es viajar, sin lugar a dudas. Viajar es una escuela a la que todos tenemos acceso pero a la que pocos acuden. Viajar es salir de las cuatro paredes de siempre y de cambiar de aires, aunque sea por un instante.
El dramaturgo italiano Carlo Goldoni decía que “el que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios.” Viajar te ayuda a abrir tu mente al exponerte a diferentes culturas y distintos modos de entender y percibir la vida. Gracias a ello, personalmente, puedo asegurar en términos generales, sin necesidad a recurrir a tópicos que los irlandeses son atrevidos y despreocupados; los alemanes (además de ‘cabezas cuadradas’) son personas que anhelan ese sentimiento de libertad que tenemos los españoles (aunque no lo reconozcan en público); los escandinavos son curiosos y aventureros; los australianos son algo narcisistas; y los mediterráneos somos bastantes ruidosos y de ‘buen vivir’, por no decir, que somos muy fiesteros.
Un aeropuerto es un mundo entero, un universo de culturas, de maneras de pensar y de nuevas tradiciones y costumbres que invitan a uno a buscar nuevas fronteras.
Una vez que se conoce un país, o incluso una región del territorio nacional, ya no se es indiferente a lo que le sucede: un accidente, un atentado, un incendio, un terremoto o una catástrofe de cualquier tipo, lo ves con distintos ojos. Recuerdas a las personas que allí conociste, recuerdas el paisaje y sabes cómo es el lugar que ahora sufre.
Cada viaje te da algo diferente. Unos te sorprenden con su naturaleza, otros con su cultura, otros con su gastronomía, otros con su gente, etc. Todo viaje te aporta alguna experiencia.
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