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EL CIUDADANO MASCHERANO
Por Sergio Sinay
Javier Mascherano jugó en River desde 2002 hasta 2005. Llegó unos meses antes a la selección (con Marcelo Bielsa) que a la primera división del club. Y lo hizo por los mismos motivos que lo sostienen hoy como líder y emblema. Muy joven era un jugador concentrado, responsable, infatigable, comprometido con el equipo y con notable lucidez para entender el juego. Como hincha de River lamenté su partida y lo recuerdo siempre con afecto y admiración. No era un superdotado en materia de habilidad e inspiración, pero sí ese jugador que uno (como hincha o dentro de la cancha) quiere siempre en su equipo. Por eso, a pesar de su edad, llevó más de una vez la cinta de capitán.
Ganó un narrado y la he puesto como ejemplo cuando debí hablar o escribir sobre valores y sobre los actos de nuestra vida en los cuales se vislumbra el sentido.
Javier Mascherano ha mamado de la mejor fuente lo que significan las tres palabras que, como un mantra, repitió a lo largo del Mundial, cada vez que debía explicar por qué Argentina avanzaba inexorablemente hacia la final más allá de sus desniveles futbolísticos: “Humildad, sacrificio, trabajo”, dijo mil veces. No hablaba sólo de sí, sino que involucraba a sus compañeros. Era él quien había impulsado, más que nadie, ese credo entre ellos. Porque Mascherano hace con los valores lo único moralmente válido que se puede hacer con ellos: vivirlos. Se los puede recitar, pero de nada sirve si no se viven. Sólo convirtiéndolos en actos y conductas, se los honra y se los transmite. Sólo así se educa en ellos. Y sólo así alguien, en cualquier orden de la vida, puede convertirse en líder, como Mascherano lo ha sido de este equipo. Cuando dice valores habla de una trayectoria que empezó en la niñez y que se construyó resignando cosas para priorizar otras. Aquel chico que a los 13 años se mudó a una pensión para poder estar cerca de donde entrenaba y que aun así terminó el secundario “por respeto a mis padres”, es este hombre que, a sus 30 años, uno quisiera en el propio equipo (deportivo o de trabajo), en la familia, en el barrio, en la sociedad. Una sociedad de ciudadanos Mascherano.
Humildad, sacrificio y trabajo. No se trata de una receta light, al uso. Apunta a lo que es necesario hacer, no pone la mira en el éxito o el premio. Como suele ocurrir con las acciones morales, no hay en ella promesa de recompensa. Se trata simplemente de hacer lo que es debido, de poner lo que hay que poner. Eso colma la conciencia y armoniza el alma. La satisfacción se independiza del resultado, todos los momentos vividos de esa manera están preñados de sentido.
Soberbia, facilismo y corrupción resultan lo opuesto de humildad, sacrificio y trabajo. En todos los planos de nuestra sociedad en que estos tres valores deberían estar presentes, su ausencia es remplazada por aquellas tres conductas tóxicas. Se ve con claridad en el gobierno, en la política, en los negocios, en los espacios culturales y artísticos, en las conductas cotidianas en la calle, en las relaciones interpersonales. El equipo argentino, cuyo desempeño inicial fue un fiel reflejo de muchas características de la sociedad (dependencia de una figura providencial, incapacidad de integrar individualidades talentosas en un conjunto armónico, dificultades y confusión para delinear y sostener un proyecto), soltó amarras cuando puso más que nunca el acento en los valores vividos y propuestos por Javier Mascherano: humildad, sacrificio y trabajo. No es que estos jugadores no los hubieran tenido antes, pero estaban opacados detrás de lo que proponía el entorno mediático, publicitario, político y, por qué no, también los hinchas (muchos de ellos de ocasión, como suele ocurrir en estos casos): oportunismo nacionalista de patético nivel, la creencia de que los partidos se ganan sin jugarlos (es decir sin aquellos tres atributos), la especulación por la especulación misma. Y la creencia de que un ser providencial puede relevar a todos del esfuerzo (a veces se trata de que “Dios es argentino”, a veces de un caudillo político, a veces de un gurú, a veces de un ídolo de ocasión). Cuando el de Mascherano se convirtió en una conducta y una acción colectiva, la selección dejó de representar al país que somos (como en sus primeros partidos) para proponer el que podemos ser. El salvador providencial quedó a la sombra (muy a la sombra) del compromiso y del trabajo conjunto. Y aún en la derrota hubo un logro.
Más allá del resultado, queda una propuesta. De la sociedad depende dejar de apañar a los corruptos, de mirar para otro lado mientras las vacas son gordas, de ella depende abocarse al trabajo antes que al atajo, al sacrificio antes que al ventajismo, a la humildad antes que a la prepotencia y a la soberbia. Dejar de esperar salvadores que releven a cada quien de su propia responsabilidad. La vida sigue, el Mundial no ocultó nada. Cada día hay elecciones, conductas a adoptar, respuestas a dar. Es allí donde, después de la resaca, se sabrá si las palabras y la conducta del ciudadano Mascherano valían sólo para 23 argentinos o para 40 millones.
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