En una de sus últimas entrevistas, el Papa Francisco señaló que “la reforma espiritual es lo que, en este momento, más [le] preocupa”, en respuesta a la pregunta “¿Por qué cree que hay sectores que están desorientados, que dicen que la “barca está sin timón”, sobre todo después del reciente Sínodo sobre la Familia?”.
No tiene ningún sentido esconder que, efectivamente, dentro de la Iglesia católica –en la cual estamos todos los que nos llamamos católicos: laicos, sacerdotes y consagrados– hay personas que tienen la idea, alimentada por la teoría de la conspiración y la desinformación, de que el Papa Francisco es un actor del progresismo, aperturismo o teología marxista de la liberación.
Algunos de estos personajes de diversos grupos, asociaciones o instituciones, pretendieran en algunas ocasiones “enmendar lo que el Papa dice” o aclarar que “el Papa no es lo que dicen algunos” o que “hay quienes lo malinterpretan” porque “lo que dijo no es como lo dijo”.
No podemos ignorar la realidad. Esto sucede, ha sucedido y sucederá, no sólo en la Iglesia católica, sino en una multitud de instituciones, organizaciones, Estados o macro estructuras que agrupan personas libres, con inteligencia y voluntad.
Lo que no podemos hacer es perdernos en estas vacilaciones –generalmente expuestas por la prensa, que buscan como objetivo mayor impacto y rating–, so pena de cerrar nuestra mente y nuestro corazón al llamado que de manera particular nos hace el Espíritu Santo a través de la persona del sucesor de Pedro. Cabe aclarar que esta institución, la Iglesia católica, aunque formada por hombres, fue constituida por Cristo, Dios y Hombre.
Un cambio de paradigma
Efectivamente, el Papa Bergoglio está proponiéndonos a TODOS, de una forma constante e insistente, un cambio de paradigma, una renovación, una reforma espiritual, la cual, muy lejos de un aperturismo o progresismo, como algunos señalan, es un llamado muy serio a una transformación personal, a dar un paso más hacia el centro de nuestra Fe que es Jesucristo, Dios y Hombre, para convertirnos, como el mismo Papa nos señala en su lenguaje tan coloquial y contemporáneo, en católicos descentrados, porque el centro es Cristo.
Este llamado no tiene nada relacionado con relajar la Fe; por el contrario, es sumamente exigente e implica salir de nuestra zona de confort, de ese catolicismo o esa “fe” que esta tan soportada en las formas y no en la vivencia, esa fe inmadura que resuelve todo de forma mágica, olvidándose de que el mayor de los dones que Dios nos ha dado es la libertad y que, por lo mismo, para que el Espíritu Santo actúe en nosotros, se necesita de nosotros, de esa disposición a entender y a escuchar lo que nos quiere decir, lo cual se manifiesta en personas y acontecimientos presentes, parte de los signos de los tiempos.
Aunado a lo anterior, está el mensaje de Cristo plasmado en el Evangelio, siempre vivo y siempre actual, al igual que el Magisterio de la Iglesia que adecua el actuar y el mensaje a cada época.
Quien escucha y lee a Francisco con seriedad, se puede dar cuenta claramente de que el mensaje del Papa es profundamente evangélico, se apoya en el Magisterio, se soporta en los Sacramentos, pero sobre todo es eminentemente testimonial.
El mensaje nos llama a ir al encuentro con todas las personas, empezando por los que nos rodean, con preferencia en los que más nos necesitan: los pobres, los descartados (entre quienes están los bebés en el vientre de sus madres, a quienes se quiere eliminar), los viejos (a quienes ya no se les ve utilidad) y los jóvenes, para quienes no hay espacio en este mundo del “homo economicus”.
El encuentro es una palabra que implica una acción. Para encontrarme, tengo que estar dispuesto a acercarme, lo cual es una acción previa a la solidaridad, palabra que, según Bergoglio, “este mundo pretende sacar del diccionario”. Una acción que no se inventó el Papa, pues está en la misma Biblia y en particular en el Evangelio. Dios se encuentra con el hombre de diferentes formas en el Antiguo Testamento –Adán y Eva, Noé, Moisés, David, etc.–; y de manera personalísima, Cristo-Dios se encuentra con las personas de su tiempo y al mismo tiempo con cada uno de nosotros. Su mensaje es claro y contundente.
También Cristo nació pobre…
Tener como prioridad ir al encuentro de los pobres y los más necesitados no es un mensaje comunista (como algunos han interpretado), es sentido común. Un ejemplo clarísimo al respecto, es el de aquel padre de varios hijos, de entre los cuales uno de ellos tiene un problema –el que sea, desde una discapacidad hasta un accidente–. ¿Qué hacen los padres y la familia entera respecto a este integrante de la familia? Sin duda lo atenderán con prioridad, por encima del resto. Es simplemente humano, es simplemente solidario.
En este sentido, el Papa nos llama a hacer algo concreto, porque muchas veces como católicos estamos perdidos en los conceptos, en las ideas, en los “deber ser” de las formas; pero muy poco tiempo le dedicamos y nos preocupamos de los demás. Imaginemos por un momento que todos los católicos hacemos eco a este llamado del Papa Francisco; con mil doscientos millones de católicos, no tengo la menor duda de que este planeta podría ser un mundo inmensamente mejor.
Este llamado no implica dejar nuestra propia vocación; por el contrario, la refuerza, pero con un nuevo enfoque, de tal forma que el político, médico, comunicador o cualquier profesionista busque el Bien común por encima de todo, empezando por los pobres y más necesitados.
Por otra parte, no se puede ser eficaz en esta “revolución espiritual” si no la hacemos –como dice Francisco– de rodillas: la oración y el conocimiento de nuestra Fe son cimientos necesarios para convertirnos en verdaderos actores y no sólo observadores de esta “reforma espiritual”.
Y tú… ¿ya empezaste?
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