Graciela Marcó de Maxit, escribió este artículo, que nos invita a reflexionar, en epocas en que la historia pareciera haber cambiado.
En gran parte, a la mayoría de nosotros se nos puede describir como contradictorios, dado que frecuentemente nos mostramos como incoherentes en nuestra forma de pensar y actuar.
Algo que es en gran parte consecuencia de que si bien somos seres dotados de razón, no por eso dejamos de estar ganados por las emociones y los sentimientos. Una condición que más que ser la indicación de una falencia viene a mostrarse como una circunstancia afortunada, ya que no es necesaria mucha imaginación para representarnos a alguien que exprese una racionalidad sin sentimientos o, a la inversa, que esté totalmente dominado por sus pasiones.
El ideal, ya lo comprendieron en la antigüedad los griegos, es tratar de acercarse lo más posible a la figura en la que convergen en una justa medida la razón y el sentimiento, algo que como es harto difícil de lograr acabadamente hace que por lo general nos acerquemos a ese equilibrio de maneras en mayor o menor medida defectuosa.
De allí que no pueda sorprendernos que se haya asistido el fin de semana pasada a una muestra de esa inevitable incoherencia. Es que como se sabe esas jornadas coincidieron con la conmemoración de la “llegada” a América de Cristóbal Colón (no hablamos de “descubrimiento” por cuanto ello llevaría a abrir la puerta a un debate que no solo tiene que ver con la historia sino inclusive viene a teñirse de ribetes ideológicos), con la celebración de la Fiesta de la Colonización, en una recordación vestida de homenaje a ese conjunto de familias francesas, suizas e italianas en las que cabe encontrar una de las raíces de nuestro tronco, cada vez más ganado por un fructífero mestizaje.
Es que la contradicción que aquí se hace presente es que estamos presenciando una campaña sistemática para opacar la hazaña de Colón (hay que tener en cuenta que ha habido quienes han comparado su empresa con el primer viaje del hombre a la luna, comparación en la que inclusive puede pensarse que nos quedamos cortos) al convertir esa recordación en un “feriado móvil” en el que la figura del genovés pasa completamente desapercibida.
Algo que viene a significar no otra cosa que irnos de un extremo al otro, dado que si bien debe admitirse que no era adecuada la denominación de esa fecha como “Día de la Raza” –los estadounidenses han sido más sabios al instituir el “Día de Colón”- tampoco lo es el haberlo rebautizado como el “Día de la Diversidad Cultural”, ya que de optarse por un enfoque de este tipo, lo correcto hubiera sido designarlo como el del “respeto” a esa diversidad.
Podría de esa manera avanzarse en una sabia dirección, que en la actualidad tiene mucho de hipocresía en los que gobiernan, y de aprovechamiento económico en algunos de quienes se exhiben como integrantes de los “pueblos originarios”. Máxime si se tiene en cuenta la despreocupación criminal por parte de autoridades nacionales y provinciales en relación a comunidades de aborígenes que no solo son por lo general ignoradas, sino inclusive tratadas de una manera que no es sino una larga y silenciosa manera de exterminarlos.
Es que no basta con hacer referencia a la “diversidad cultural” sino que de lo que se trata es de respetarla, actitud en la que debe verse no ya un problema de antropología cultural circunscripto a los miembros de determinada etnias, sino que debe incluirse dentro de una cuestión más amplia, cual es la de instalar entre nosotros una “tolerancia”• tantas veces puesta en cuestión, y que con la “solidaridad” que es su complemento converjan en ese “respeto” hacia los demás, que de ser una postura declamatoria debemos lograr hacer realidad.
Porque la “conquista” que siguió al “descubrimiento” muestra claro obscuros innegables, que si bien puede admitir ser evaluada con nuestros criterios morales actuales –de los que desgraciadamente tantas veces nos apartamos a la hora de actuar- de cualquier manera constituyen un pasado que no podemos modificar.
Es por eso que denostar a la figura de Colón, cuando al mismo tiempo se festeja la hazaña colonizadora de una parte de nuestros antepasados, viene a desnudar una contradicción, en la medida en que celebramos lo que mirado en perspectiva no es otra cosa que un “epifenómeno” –para nosotros indudablemente muy valioso y merecedor del significado que le atribuimos- de un proceso de mayor envergadura, al que desde algunos ámbitos se pretende ignorar.
Todo ello como consecuencia de no tener en claro que si queremos convertirnos en una sociedad consolidada en una armoniosa convivencia, debemos comenzar por reconciliarnos con nuestro pasado, lo que significa la necesidad de asumirlo en bloque, dejando de lado esa manifestación de soberbia que significa en dividir a nuestros antepasados más que en buenos y malos, en estatuas de bronce y en execrables “zombies”.
Es por eso que mirada las cosas de esa forma, habría que avanzar en el estudio y divulgación de la vida en nuestra comarca antes de la llegada de nuestros abuelos colonos, como forma no solo de saber de ellos, sino de tomar conciencia de un largo y muchas veces inadvertido proceso posterior de mestizaje, el que al mismo tiempo que se acelera no termina de cerrarse.
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