Que no nos engañen, la actividad sexual no se acaba nunca, se va adaptando y transformando durante toda nuestra vida. Solos o en pareja intentamos satisfacer nuestras necesidades físicas y emocionales en todas las etapas que atravesamos, que son muchas, no sólo físicas sino también sociales, familiares, psicológicas etc.
Ya en el útero de nuestra madre, a partir del séptimo mes de gestación, tanto niños como niñas empiezan a tocar sus partes íntimas, son muchas las ecografías que nos han cogido “infraganti”; aunque es mucho más fácil, por razones obvias, observar la erección de un pene por diminuto que sea que la congestión genital de un feto niña.
Durante la infancia, entre los dos y los cinco años aproximadamente, es normal ver a los niños tocarse extasiados, dándose placer manualmente o frotando sus genitales contra alguna cosa, sin ningún tipo de rubor porque para ellos no es nada reprobable. Es un poco más tarde, cuando siguiendo con nuestro proceso madurativo, nos volvemos más pudorosos y realizamos estas actividades sumamente placenteras en la intimidad.
Son muchos los estudios que se han realizado sobre quién se “autocomplace” más, los hombres o las mujeres; pero a pesar de las diferencias hormonales, bastante determinantes por cierto, la razón más influenciable es la anatómica, ya que los genitales femeninos son en su mayor parte internos y difícil de estimular involuntariamente, mientras que los masculinos son casi en su totalidad externos, razón por la cual es fácil rozarlos incluso accidentalmente y poner en marcha el proceso de excitación, deseo y necesidad de satisfacción. Esta es la razón, además de los condicionantes sociales, por la cual los hombres suelen masturbarse más a menudo, pero ni mucho menos son los únicos que lo hacen; de hecho, el número de mujeres que reconoce hacerlo cada vez iguala más al de los hombres.
A lo largo de la vida nos vamos adaptando a las exigencias de nuestro cuerpo y también a las imposiciones sociales y culturales que hasta ahora, por desconocimiento o interés, nos ha transmitido una sexualidad básicamente coital y por lo tanto de adoración al falo y sus proezas. Desgraciadamente, esta creencia ha influenciado negativamente tanto a hombres como a mujeres, ya que no ha permitido desarrollar una sexualidad plena durante mucho tiempo ni nos ha permitido experimentar, descubrir, ni ser totalmente francos con nuestras parejas. Limitándonos a hacer lo que creíamos que se esperaba de nosotros y no lo que realmente deseábamos.
En las sociedades no reprimidas social o religiosamente, la sexualidad alcanza su punto más activo entre los 20 y los 40 años y se expresará en función de nuestras creencias y conocimientos en esta materia, dependiendo de la situación social, familiar, económica, afectiva, etc. Con la edad, si hemos madurado sin condicionantes ni represiones sociales, cosa que no ha pasado en nuestro país, deberíamos haber adquirido más conocimientos sobre nuestro propio cuerpo y también sobre nuestras necesidades afectivo-sexuales, aprendiendo a decir, “esto me gusta, esto no me complace o, lo que es más importante, esto me disgusta”.
Nuestro cuerpo, con el paso del tiempo se va haciendo más lento y pesado, cada cual a su ritmo, dependiendo de cómo lo hayamos tratado y si lo mantenemos en forma, Por lo tanto, igual que llega un momento que no somos capaces de subir las escaleras de dos en dos o correr una maratón, tampoco podemos, ni queremos, pasarnos una hora realizando un coito, aunque sí deseamos y estamos totalmente capacitados para tener encuentros sexuales, basados no sólo en el placer físico sino también afectivo y lúdico, haciéndonos cada vez más exigentes en el cómo, para qué y con quién lo practicamos.
Las personas que no evolucionan sexual y emocionalmente, mantienen la creencia de situación idónea el de la fortaleza física de la primera juventud; es decir, fuerza y no experiencia o sabiduría, con lo cual, perder esa fortaleza algunas veces exacerbada será visto como algo negativo y no como evolución y mejora. En las mujeres además, pequeños cambios físicos relacionados con la menopausia que sólo necesitan adaptaciones, serán considerados altamente limitantes y dramáticos, cuando en realidad sólo siguen siendo imposiciones culturales que han condicionado nuestra vida sexual y pretenden seguir haciéndolo, en una sociedad donde, hasta no hace demasiado, el sexo se ha visto como algo pecaminoso, un deber marital y destinado sólo a la procreación.
El sexo es la manera más íntima de conversar con otra persona y cuantos más conocimientos tengamos más enriquecedora y placentera será esa conversación. La naturaleza es sabia y nos regala la menopausia, o incapacidad de procreación, en el momento preciso en el que nos hemos liberado de obligaciones familiares, laborales y económicas. Disponemos de más tiempo para nosotras mismas y nuestra pareja, sólo es cuestión de saber qué es exactamente lo que deseamos y cómo conseguirlo.
Y, lo más importante, atrevernos a pedirlo y experimentar, pero eso… es otra historia.
Carmen Robles
Ya en el útero de nuestra madre, a partir del séptimo mes de gestación, tanto niños como niñas empiezan a tocar sus partes íntimas, son muchas las ecografías que nos han cogido “infraganti”; aunque es mucho más fácil, por razones obvias, observar la erección de un pene por diminuto que sea que la congestión genital de un feto niña.
Durante la infancia, entre los dos y los cinco años aproximadamente, es normal ver a los niños tocarse extasiados, dándose placer manualmente o frotando sus genitales contra alguna cosa, sin ningún tipo de rubor porque para ellos no es nada reprobable. Es un poco más tarde, cuando siguiendo con nuestro proceso madurativo, nos volvemos más pudorosos y realizamos estas actividades sumamente placenteras en la intimidad.
Son muchos los estudios que se han realizado sobre quién se “autocomplace” más, los hombres o las mujeres; pero a pesar de las diferencias hormonales, bastante determinantes por cierto, la razón más influenciable es la anatómica, ya que los genitales femeninos son en su mayor parte internos y difícil de estimular involuntariamente, mientras que los masculinos son casi en su totalidad externos, razón por la cual es fácil rozarlos incluso accidentalmente y poner en marcha el proceso de excitación, deseo y necesidad de satisfacción. Esta es la razón, además de los condicionantes sociales, por la cual los hombres suelen masturbarse más a menudo, pero ni mucho menos son los únicos que lo hacen; de hecho, el número de mujeres que reconoce hacerlo cada vez iguala más al de los hombres.
A lo largo de la vida nos vamos adaptando a las exigencias de nuestro cuerpo y también a las imposiciones sociales y culturales que hasta ahora, por desconocimiento o interés, nos ha transmitido una sexualidad básicamente coital y por lo tanto de adoración al falo y sus proezas. Desgraciadamente, esta creencia ha influenciado negativamente tanto a hombres como a mujeres, ya que no ha permitido desarrollar una sexualidad plena durante mucho tiempo ni nos ha permitido experimentar, descubrir, ni ser totalmente francos con nuestras parejas. Limitándonos a hacer lo que creíamos que se esperaba de nosotros y no lo que realmente deseábamos.
En las sociedades no reprimidas social o religiosamente, la sexualidad alcanza su punto más activo entre los 20 y los 40 años y se expresará en función de nuestras creencias y conocimientos en esta materia, dependiendo de la situación social, familiar, económica, afectiva, etc. Con la edad, si hemos madurado sin condicionantes ni represiones sociales, cosa que no ha pasado en nuestro país, deberíamos haber adquirido más conocimientos sobre nuestro propio cuerpo y también sobre nuestras necesidades afectivo-sexuales, aprendiendo a decir, “esto me gusta, esto no me complace o, lo que es más importante, esto me disgusta”.
Nuestro cuerpo, con el paso del tiempo se va haciendo más lento y pesado, cada cual a su ritmo, dependiendo de cómo lo hayamos tratado y si lo mantenemos en forma, Por lo tanto, igual que llega un momento que no somos capaces de subir las escaleras de dos en dos o correr una maratón, tampoco podemos, ni queremos, pasarnos una hora realizando un coito, aunque sí deseamos y estamos totalmente capacitados para tener encuentros sexuales, basados no sólo en el placer físico sino también afectivo y lúdico, haciéndonos cada vez más exigentes en el cómo, para qué y con quién lo practicamos.
Las personas que no evolucionan sexual y emocionalmente, mantienen la creencia de situación idónea el de la fortaleza física de la primera juventud; es decir, fuerza y no experiencia o sabiduría, con lo cual, perder esa fortaleza algunas veces exacerbada será visto como algo negativo y no como evolución y mejora. En las mujeres además, pequeños cambios físicos relacionados con la menopausia que sólo necesitan adaptaciones, serán considerados altamente limitantes y dramáticos, cuando en realidad sólo siguen siendo imposiciones culturales que han condicionado nuestra vida sexual y pretenden seguir haciéndolo, en una sociedad donde, hasta no hace demasiado, el sexo se ha visto como algo pecaminoso, un deber marital y destinado sólo a la procreación.
El sexo es la manera más íntima de conversar con otra persona y cuantos más conocimientos tengamos más enriquecedora y placentera será esa conversación. La naturaleza es sabia y nos regala la menopausia, o incapacidad de procreación, en el momento preciso en el que nos hemos liberado de obligaciones familiares, laborales y económicas. Disponemos de más tiempo para nosotras mismas y nuestra pareja, sólo es cuestión de saber qué es exactamente lo que deseamos y cómo conseguirlo.
Y, lo más importante, atrevernos a pedirlo y experimentar, pero eso… es otra historia.
Carmen Robles
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