La falta de límites y de reglas claras no beneficia en nada la educación de nuestros hijos. El desafío para los padres de hoy es animarse a cumplir su función orientadora estableciendo límites y hasta sanciones cuando es necesario.
Muchos papás y mamás opinan : "A mí me educaron en un marco de mucha rigidez, yo lo sufrí y no quiero hacerles eso a mis hijos, de manera que les daré toda la libertad que necesiten para crecer".
Nacida de la mejor intención, esta actitud tiene a menudo la peor de las consecuencias : el descontrol, la imposibilidad de comunicarse y, también, un fenómeno naciente que se conoce como la tiranía de los hijos. Son ellos quienes acaban por imponer sus normas, en donde los padres reniegan de la responsabilidad de dictar las que, como adultos, les corresponde. Curiosamente estos padres no actúan por elección, no son autónomos y libres en su decisión aparentemente libertaria. En realidad están actuando por reacción, en respuesta a su historia. No miran hacia el futuro de sus hijos, sino hacia su propio pasado. Y aquella rigidez (ó autoritarismo) de la que fueron víctimas es la que, en definitiva, determina el modelo de crianza de sus hijos. Estos papás y mamás, entonces, siguen atrapados en su historia y la transmiten, aunque no lo parezca, a sus hijos.
Aunque se pueden citar muchos modelos maternos y paternos en los que se juega la duda entre autoridad y autoritarismo, tomemos por ahora sólo dos más.
Uno es el de los padres que de pronto, en la vivencia, descubren algo sobre lo que no habían reflexionado antes : criar y educar a un hijo es un acto de responsabilidad, que nos exige presencia, constancia, compromiso, resignación de cosas propias, tiempo y respuestas. Entonces optan por dejar que los hijos hagan lo que quieran, "siempre que no me molesten ni me quiten mi tiempo". Por este camino, lamentablemente, se suele llegar a situaciones dramáticas y a veces irreparables.
El otro modelo es el de los padres que confían en asegurarse el afecto de sus hijos a través del cosentimiento de todas y cada una de las demandas y deseos de éstos, mediante la concesión de una libertad que muchas veces los chicos (que justamente por serlo no están maduros, sino en proceso de maduración) no pueden administrar funcionalmente. En estos casos es habitual que aquellas normas, reglas y límites que no se fijaron en un momento de manera adecuada, en tiempo y forma, deban ponerse después apresuradamente, sin espacio para el diálogo ni la reflexión. Muchas veces, los padres que buscan asegurarse de este modo el afecto de los hijos terminan por temer a las reacciones de los chicos, temer disgustarlos o, por fin, temerles directamente a ellos.
El único camino que garantiza el afecto genuino entre padres e hijos es aquel en el cual los padres cumplen sus funciones, aunque eso signifique muchas veces pataleos infantiles ó adolescentes.
¿Se puede criar a los hijos con autoridad sin ser autoritario ?
Sí, se puede. Para lograrlo, es preciso discernir qué es una cosa y qué es la otra. La autoridad es una consecuencia, el autoritarismo es una irrupción. La autoridad se construye, el autoritarismo se impone. La autoridad es la consecuencia de haber construído con nuestros hijos un vínculo en el que hubo presencia física y emocional, en el que les señalamos caminos para que crecieran con confianza, en el que pusimos límites para orientarlos, en el que supimos que para crecer iban a confrontarnos, pero aprendimos a vivir esa confrontación sin descalificarlos y haciéndoles comprender que asumimos la responsabilidad de criarlos, lo que significa que somos los adultos del vínculo y cumplimos nuestras funciones como tales.
La autoridad se va gestando a partir de una serie de factores que podemos definir como Las Cuatro C de la Autoridad :
COHERENCIA entre lo que decimos y lo que hacemos. Los valores que queremos inculcarles a nuestros hijos tienen que ser los valores con los cuales vivimos.
CONSECUENCIA . Si anunciamos que habrá sanciones, esas sanciones se tienen que cumplir.
CONSTANCIA . Cuando establecemos reglas de juego para la convivencia de nuestros hijos, tenemos que sostenerlas.
COMPROMISO Asegurarles con acciones a nuestros hijos, que ponemos prioridad en nuestra función de padres.
El autoritarismo aparece cuando no se cumple ninguno de los requisitos que hemos explorado. Ante esto, cuando el agua desborda el vaso, se suele apelar a una intervención autoritaria, represiva, que no educa y que impondrá la obediencia por miedo, no por maduración ni por comprensión. Donde no hay autoridad o donde impera el autoritarismo se impide la maduración de los chicos, se perturba su crecimiento, no se los conduce hacia una sana adultez.
Los padres que se preocupan de construir una atmósfera de autoridad hacen de la crianza una experiencia profunda y enriquecedora para ellos y para sus hijos. Los padres con autoridad son también padres autorizados por su propia presencia y responsabilidad, y por la mirada de sus hijos.
Sergio Sinay (autor del libro, La sociedad de los hijos huérfanos)
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