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"Líneas y Entre Líneas"...

... los invita a disfrutar , con otra mirada y con sus opiniones personales, de los encuentros y desencuentros en los distintos roles que hoy nos tocan vivir en la sociedad.

En este espacio, "La Educación" será el centro en torno al cual giren los distintos temas. A veces delirantes, otras veces reales, mutando de una expresión dura a una actitud tierna.

Así serán las interesantes propuestas y sugerencias hacia un mismo objetivo : "Convivir en Sociedad"


lunes, 17 de septiembre de 2012

Vivir sin valores es...¡ no vivir !

 Miles de letras, discursos y palabras se gastan todos los días en pro de los valores, pero se viven muy poco.
 Nuestras costumbres, creencias, ideas, palabras, hábitos y actos han sido secuestrados.
 Parece que este mundo no tiene ni pies ni cabeza y en su loco andar las personas hemos optado por olvidarnos de nuestra humanidad, de esas razones que nos permiten convivir los unos con los otros, esas que proporcionan sentido a nuestra existencia.
 Hablamos de justicia, pero en nuestros actos predomina la conveniencia y creemos que la rectitud de vida es de santurrones.
 Hablamos de la verdad, pero recurrimos a mentiras piadosas. Hacemos de la tolerancia un himno, pero criticamos las diferencias.
 Proclamamos la solidaridad como un valor social, pero en nuestros hogares priva el interés personal, el egoísmo, el “primero yo”.
 Nos interesa la autenticidad, pero la falsedad, la incoherencia, la piratería y el doblez marinan nuestras acciones. Prometemos fidelidad, pero nuestra memoria olvida la promesa empeñada, y en los tiempos de desgracia nos escurrimos de aquellos que quisieran vernos leales.
 Pregonamos la bondad, pero es escasa nuestra amabilidad y comprensión. Y aún más indigente es la compasión que sentimos por los más débiles, pues rápidamente racionalizamos sus realidades, a fin de justificar nuestros pecados de omisión.
 Sermoneamos sobre la responsabilidad, y es precisamente la irresponsabilidad la que gana terreno en nuestro país, tal vez por miedo a tomar las riendas de nuestra existencia, para evitar asumir los correspondientes deberes y derechos que implica vivir. Tal vez por esto también obviamos la autodisciplina, el autocontrol y la reflexión.
 Anunciamos nuestro derecho a ser libres, pero no acatamos las normas básicas de convivencia: nos estacionarnos en doble fila o en zona de impedidos o invadimos el carril de otro sin importar las consecuencias.
 Nuestra frecuente desobediencia entraña una libertad vacía, una libertad “servil”, un libertinaje.  Confundimos la euforia con el entusiasmo y muy pronto renunciamos a las metas que nos podrían ayudar a ser mejores personas.
 Por eso tenemos tantas alocadas maneras de divertirnos.
 Celebramos el día de la amistad, pero somos flacos cuando hay que tender la mano al amigo o vecino que la necesita. Hablamos de la amistad, pero caminamos cerrados, calculando, balanceando los cargos y los abonos.
 En nuestros pensamientos ponderamos muy cara a la belleza, pero priva el desorden en nuestras costumbres. Hemos, por ejemplo, convertido a nuestras playas, ríos y aceras en verdaderos chiqueros, al punto que ya nos acostumbramos a vivir en espacios sucios, ruidosos y desagradables.
 Hablamos de la paz, pero no “aguantamos” a los otros: rápidamente nos desesperamos, somos tercos y saturamos nuestro cerebro con juicios que hacemos de otras personas: creencias que luego envenenan nuestros actos.
 En teoría estimamos ser laboriosos, emprendedores, pero en la práctica queremos trabajar menos; deseamos conquistar la cima de la montaña, pero no estamos dispuestos a dejar algo de nuestra piel en las rocas.
 Rápidamente nos desanimamos ante el tamaño de nuestros ideales. Sí queremos, pero lo que deseamos, lo queremos conseguir sin esfuerzo, sin fatiga, sin poner el alma en el ruedo.
 Sí queremos, pero queremos alcanzar todo sin entusiasmo, sin coraje, sin entrega, sin sudor.
 Sí queremos, pero queremos empezar a construir por los techos. Nos falta hambre.
 Y me pregunto a qué se deberá esta situación. En la búsqueda, he encontrado un razonamiento de Octavio Paz que nos proporciona una repuesta adecuada:
 “Estamos separados de los otros y de nosotros mismos por invisibles paredes del egoísmo, miedo e indiferencia. A medida que se eleva el nivel material de la vida, desciende el nivel de la verdadera vida”.
 “La gente vive más años, pero sus vidas son más vacías, sus pasiones más débiles y sus vicios más fuertes. La marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros. La publicidad y los medios de comunicación crean por temporadas este o aquel consenso en torno a esta o aquella idea, persona o producto. La publicidad no postula valor alguno; es una función comercial y reduce todos los valores a número o utilidad”.
 Paz tiene razón: nuestros males son íntimos. Hemos comercializado el alma. Hemos desvalorizado todo porque creemos en las modas impuestas por los medios globales de comunicación. Hemos enterrado los valores, porque somos “impensantes”.
 De ahí que nuestra obligación primaria sea darnos cuenta, sea dejar de ser marionetas, sea saber que los valores existen, sea recobrar la capacidad para decir no, sea despertar de un auto impuesto letargo, de una cruel indiferencia, sea percatarnos que estamos anestesiados.
 Vivamos los valores intensamente, cada día. Vayamos contra corriente, pues finalmente vivir sin valores es no vivir, o vivir en continuo vértigo.
    No seamos conformistas !!!




 "Estamos separados de los otros y de nosotros mismos, por invisibles paredes del egoísmo, miedo e  indiferencia. A medida que se eleva el nivel material de la vida, desciende el nivel de la verdadera  vida”.                               

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