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Siempre elegí la palabra hablada para comunicarme y busqué términos justos para dialogar con empatía y cordialidad. Pensé que podría operar como mediadora entre los hombres, y como transmisora de vivencias y costumbres de épocas que encierran historias repetidas.
Pero, ante este presente vertiginoso, comprendí que aquello relacionado con la herencia cultural de antaño, no era un tema capaz de captar la atención de los que ahora viven en la era digital. Ellos pertenecen a un hoy que se impone ante un ayer que duerme suspendido en el tiempo. No se ha enseñado o no se ha aprendido la ventaja que tiene saber escuchar a los mayores. Es lamentable que no se aprecie la experiencia de una generación que puede ser un aporte enriquecedor, y hasta un abrigo útil para una sociedad en la que las mentes juveniles deambulan entre las banalidades cotidianas.
De esta manera, se hace evidente que la cultura de la imagen del siglo XXI gravita en los jóvenes y en los no tan jóvenes con tal fuerza que ha modificado la vida cotidiana casi como también las relaciones interpersonales. Se ejerce un uso abusivo de las bondades que ofrece la computadora, restándole un tiempo considerable al verdadero rendimiento intelectual, producto de la cultura del esfuerzo. Gran cantidad de jóvenes están cautivos dentro de su mundo virtual, lo que les resta tiempo y espacio para aportar al mundo real.
Por otra parte, si se traslada la mirada hacia el ámbito social, se observa que para estar acorde al ritmo acelerado que los envuelve, los jóvenes emiten mensajes generalmente ambiguos y crípticos, que son formas de expresiones lingüísticas inventadas, ajenas a la estructura del idioma madre. Se trata de una neolengua que incluye códigos de difícil comprensión para los adultos mayores. Códigos que se practican en soledad, sin contactarse con la gente, lo que hace posible que el alguien se convierta en ninguno.
Mucho se ha escrito acerca del daño que ha sufrido la lengua. Este manejo perverso del idioma manifiesta la tendencia juvenil hacia el facilismo que es una manera de anular el potencial lingüístico y esto determina la creación de una franja de jóvenes postergados socialmente. En consecuencia hay una sociedad desintegrada en la que está plasmada una transformación en la calidad de vida.
Este horizonte oral provoca preocupación si se entiende que los seres humanos somos personas conversacionales cuya comunicación interpersonal sólo existe si nos expresamos por medio del lenguaje común, entendible entre las generaciones.
Sin embargo y a pesar de los cambios generacionales, tengo la esperanza de que se pueda comprender que lo que cada uno somos se lo debemos, en parte, a los que nos precedieron.
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Los ejemplos que nos dejaron son valores influyentes a la hora de definir la propia identidad ; valores que no tienen polaridad, que permanecen intactos, que el tiempo no los corroe ; valores que no se deben subestimar, porque hoy como ayer, contribuyen a enriquecer la calidad de vida entre los miembros de un mundo adulto mayor y el de las jóvenes generaciones.
La sabiduría de la palabra es el don más preciado de la humanidad. Rescatemos de lo más profundo, la riqueza de nuestra lengua madre y veremos como se transforma la vida y cuanto mejor nos sentimos.
La sabiduría de la palabra es el don más preciado de la humanidad. Rescatemos de lo más profundo, la riqueza de nuestra lengua madre y veremos como se transforma la vida y cuanto mejor nos sentimos.
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