Los deportistas amateur, los de disciplinas que no tienen sponsors ni ganan grandes sumas de dinero por año, los que parecen renacer sólo cuando es tiempo de Juegos Olímpicos o Panamericanos, hacen de su rutina diaria una evocación del esfuerzo, de la superación, del sacrificio y la sistematización de la práctica hasta llegar a los objetivos.
Es que allí adelante tienen una línea para traspasar, un aro donde encestar, una barrera que saltar, o un rival con condiciones similares que también pondrá la vida en cada paso para vencer.
En la vida cotidiana podríamos trazar caminos similares, aunque la victoria no se materialice en una medalla dorada. Deberíamos tomar de los deportistas de alta competencia, la corazonada de que todo es posible si se hace con tesón y esfuerzo. Si uno se promete despertarse más temprano, invertir horas de ocio en multiplicar habilidades, amar el desafío y levantarse después de caer, seguramente apreciaremos buenos resultados. Ver en la meta algo bueno, altamente deseable, y en el rival, ver un par, nos dará confianza. Porque, en definitiva, lo bueno del deporte es que se basa en reglas claras y en ansias de superación, pero nunca se pasa por encima del otro, porque se lo respeta como a un competidor que lucha por un objetivo tan sano como el nuestro.
En todo caso, el ejemplo estará en vencer barreras contra uno mismo : la clave parece ser aprender a atenerse a las normas, a convivir sanamente, a esforzarse con continuidad y concentrarse para alcanzar el éxito sin patear el tablero cuando se cruza una derrota.
La competitividad deportiva requiere de esas condiciones mentales y sociales, no sólo de las físicas. Lo interesante es que puede traspolarse el mensaje a quienes admiran el deporte, aunque no lo ejerzan.
En la calle, en la escuela, en el grupo de amigos o la propia casa, es posible conducirse con cordialidad mostrando apego a las reglas y los valores, al respeto y al compromiso, sin dejar por eso de sentir placer y pasión por lo que se hace.
Es posible también poner un granito de arena a diario para mejorar y superarse sin que esto implique antagonismos indeseados, ni sentir la derrota como un fracaso.
El esfuerzo para alcanzar la meta debe ser sistemático, pero no debe apelarse a la autoexigencia sin límites, que tan de moda se expresa bajo el nombre del estrés y patologías varias. Habrá entonces que caminar constantemente, no sin sacrificio, pero con la idea de llegar sanos y felices a la meta propuesta.
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