La sabiduría no se adquiere -como muchas veces se piensa- solo con el paso de los años. Con esta inexorable realidad del paso del tiempo solo alcanzamos la vejez, el último de los ciclos vitales de nuestra existencia. Los referentes contemporáneos de sabiduría, madurez, ancianidad, vejez, entre otros adjetivos que refieren a la última etapa de la existencia, no permiten un imaginario y una aproximación armónica y tranquila a la llegada de esta etapa tan crucial en nuestras vidas.
Por el contrario, la palestra de mensajes de todo tipo están encaminados a negar este hecho, ofreciéndonos un sin fin de métodos, algunos a la disposición de la tecnología estética y otros a la disposición mental de alargar la eterna juventud -como si alguna de las etapas de la vida fuese eterna-.
Muy pocos mensajes están destinados a la tranquila aceptación y a la preparación espiritual de estos años que pueden darnos la oportunidad de hacer un cierre luminoso a nuestros paso por la Tierra. De todas maneras, hay que reconocer que este paradigma de alargar la juventud ha tenido algo de positivo: haber tomado las riendas de nuestra salud. Ya somos muchos los contemporáneos que no le damos el poder a la medicina o al médico convencional de la responsabilidad de nuestro bienestar físico. Estamos pendientes de la alimentación y sus beneficios de “según qué cosa tomo para qué otra”, de los beneficios del deporte, el movimiento físico y del ocio, todos aspectos necesarios para un bien-estar.
Esto ha sido un gran adelanto. Conjuntamente, es necesario asumir que en el camino de regreso a casa -y esto comienza a vislumbrarse en el horizonte a partir de los 60 o 65 años- hay que abrir tiempo para vivir los años de cierre, de saldar las cuentas, de acomodar, barrer y limpiar la casa; tareas que ya no hace falta que las pongamos afuera como hasta ahora, sino sirven como metáforas para nuestra casa interior. Una de las cosas que las mujeres debemos arreglar de esta casa, por ejemplo, es la aceptación del cambio de nuestro cuerpo.
En la concepción masculina de ver el mundo, el eterno femenino es eternamente joven y la identificación que nosotras mismas hacemos con el cuerpo es fatal; no nos sirve más que para generar ansiedades y frustraciones que nos llevan a la triste creencia de que la última etapa de la vida es solo decadencia, aunque sea cierto que al cuerpo le decae la turgencia y con ella los signos que hasta ahora nos hacían “hembras”. Y aunque suene poco correcto decir hembras, ese cuerpo con tus turgencias femeninas; los senos, caderas, vientre redondeado, cintura estrecha… que nos caracteriza como mujeres es el cuerpo con las dotaciones necesarias que se ponen en juego durante el periodo de fertilidad. Una vez terminado ese período – que es bastante largo- esos signos cambian, terminan su función y el mismo mandato biológico da paso a otras características, recordemos que la hembra humana es la única mamífera que tiene un período de su vida sin la posibilidad de fecundación, es por eso que esa fertilidad con sus signos se acaba, para dar paso a la fertilidad del pensamiento, del espíritu y del alma.
Quedarse identificada con aquel cuerpo es germen de frustraciones. Según en que pueblos originarios las mujeres, a partir de la edad de la Menopausia, seríamos las mujeres sabias, las cabezas pensantes de las tribus, las dueñas del consejo de ancianas y ancianos, las que transmiten las experiencias, las que tienen libertad para estar con los hombres que deseen, las que son soberanas de sí mismas y nadie las manda ni a nadie obedecen, las que no tienen más obligaciones sino las de velar por la armonía y belleza de la comunidad, en fin cada uno de estos pueblos tenía para las mujeres grandes un lugar de privilegio.
Nosotras adultas contemporáneas, mujeres que estamos abriendo el camino de otra forma de ver y vivir los años de madurez y vejez, tenemos el deber para con nosotras y para con las otras que vienen detrás, de cultivar cualidades que nos harán mujeres espléndidas, sabias, maduras de verdad, verdad.
Seremos más atrevidas que nuestras madres, nos reiremos más, seremos más soberanas y menos quejicas, más compasivas y menos juiciosas, más cachondas y menos reprimidas, no le tendremos miedo a la verdad y aborreceremos la mentira, alteraremos las cosas y no permitiremos alterarnos por “gran cosa” y ,sobre todo y por encima de todo, nos uniremos unas con las otras en un gran abrazo de sororidad – la hermandad femenina– y pasaremos de la rivalidad, así podremos reírnos juntas, orar juntas, llorar juntas…….nos queda mucho por delante….¡¡¡Buen viaje!!!
envejecer